La buena nueva es que no habrá recesión en las dos terceras partes de la economía global, que era la previsión oficial del Fondo Monetario Internacional hasta hace tan solo unos días y que había encendido todas las alarmas. Como si del paso de un cometa se tratara, la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, se rindió a la evidencia en Davos y rectificó el augurio de su propio oráculo, sin poder reprimir la primera sonrisa de este vía crucis. El mundo va a ir mejor en 2023 de lo que se temía hace un cuarto de hora. Cierto que la fiesta hay que tomársela con cautela, no lanzar las campanas al vuelo y barra libre para todos. Pero habrá francachela, somos incorregibles, y lo dice alguien que vive en una ciudad que ya estrena Carnaval con todas las consecuencias.
El veredicto de la economista búlgara, que intercambió optimismo en el foro suizo con Christine Lagarde (las dos mujeres que gobiernan los cenáculos de las finanzas más poderosos de Occidente), ha caído como el Gordo en la Lotería de Navidad en un pueblo de indigentes y parados de larga duración. Ya nos temíamos el déjà vu de la crisis financiera de 2008, que fue la primera gran tragedia de esta serie de apocalipsis durante la última década. Ya se hacían paralelismos con el crack del 29 que desembocó en gobiernos totalitarios y una guerra mundial, y hasta Nouriel Rubini se mostraba pesimista al cuadrado, con los galones de haber profetizado la Gran Recesión de 2008, seguro de que nos esperaba este año una de las megamenazas con que arremete en su último libro.
La pregunta es: ¿quién ha desviado este tsunami como se desvían los meteoritos en el espacio antes de que atenten contra la Tierra? ¿Quién ha pulsado el botón bueno para desactivar la bomba mala de la economía? Los milagros no han hecho sino sucederse últimamente tras una racha de desgracias. El turismo es otro de esos cisnes blancos. En las islas donde escribo se ha levantado el turismo como resucita un muerto en una sepultura, tras el turismo cero de los años de pandemia, y bate récords por encima de 2019 en la facturación del sector. Como si el holocausto de 2020 hubiera sido una broma de mal gusto, hoy los hoteles vuelven a estar llenos y nada parece capaz de disuadir a los mercados emisores, ni la inflación ni la guerra ni la ahora desmentida recesión en camino.
No estamos acostumbrados a recibir buenas noticias. Y tantas tan seguidas, menos aún. Como en los pronósticos del tiempo que anuncian tormentas que luego resultan inocuos, es posible que ese ejército de duendes benefactores del azar que están arreglando el mundo antes de que 2023 tome posesión y sea tarde, pasen pronto a formar parte del imaginario colectivo. Una suerte de aliados metafóricos acuden en nuestra ayuda. Cuando peor lo pintaban, los chinos han vuelto a abrir la economía tras enclaustrarse por la COVID, y ahora, donde iban a desacelerarse, volverán a crecer de nuevo. Europa sale del último bostezo y también se reinventa, como demuestran los alemanes dejando atrás los nubarrones de sus dígitos en rojo.
Solo falta que nos digan, una mañana de estas, que Zelenski y Putin han firmado un acuerdo de paz. Y los Leopard fueron el punto de inflexión. Pero entonces creeríamos en fantasmas. Y todo se volvería irreal.