tribuna

Hola, enero, y adiós

Si esto fuera un cuento, empezaríamos diciendo: érase una vez un mes vertiginoso que vino al mundo con ínfulas de hacerse dueño del año entero. Hizo todo lo posible por sorprender y perpetuarse, sin conseguirlo. Enero también, este martes, pasará a la historia. Tempus fugit (Virgilio).

Ha sido visto y no visto. Un timo de mes. No ha tenido siquiera el efecto de la famosa cuesta de enero, pues nos hemos familiarizado a estar en ella continuamente, a causa de una dilatada inflación. No obstante, la deriva de este mes ha traído alguna buena noticia al respecto: no sufriremos la temida recesión prevista al cabo de un año de guerra de desgaste y muertes. Y España sale, por una vez, la mejor parada dentro de Europa con el 5,5% de crecimiento que ha levantado ampollas en las filas conservadoras, de modo similar a Canarias, cuyo exultante PIB y cifras de empleo no vistas en 15 años han roto la cintura a los oponentes. Estábamos acostumbrados a la condición de parias y este buen aspecto, esta disposición de bien, de economía saneada pese a todo era algo más propio de alemanes o nórdicos, países frugales que nos negaban al sur transferencias a fondo perdido para recuperarnos del coronavirus. El portavoz de ese club dorado de niños pijos de Europa, Mark Rutte, el primer ministro de los Países Bajos, suele ir en bicicleta a su despacho en La Haya, pero el mundo se volvió más inseguro en las últimas fechas y debió tomar precauciones.

En las calles de Algeciras le hemos visto de nuevo las orejas al lobo (solitario). El yihadista que mató al sacristán e hirió al cura, en la sombra de la noche, con el machete en la mano amenazando a voz en cuello, yendo por las iglesias en busca de presas, estremece como antaño.

Las historias de este mes incluyen la de otro lobo septuagenario, de la estirpe del abuelo que saltó por la ventana y se largó. Pompeyo, el pensionista misántropo de Burgos, que había sido enterrador, fue detenido por el envío de cartas bomba a Sánchez y las embajadas de Ucrania y EE.UU, un nostálgico prorruso fanático de Putin que construía un dron casero en su guerrilla particular contra Kiev. Y está Chema, el hijo de Ricardo de la Cierva, el historiador del régimen franquista que fue ministro con Suárez y que entrevisté repetidas veces en los años remotos del túnel del tiempo. El pícaro carca se camufló de portavoz vecinal contra un radar en Toledo y en pleno directo en TVE se dirigió a la cámara, haciendo caso omiso al reportero, con una protuberancia en la boca: “¡Que te vote Txapote, Sánchez!”, y lanzó amenazas fuera de sí.

Enero, este mes intempestivo, con su populismo rampante, llegó dando bandazos y giros copernicanos, queriendo deslumbrar. Mes preelectoral, quiso arreglar el mundo con golpes de efecto, como un mes queriendo ser reelegido, como si todo el año fuera a ser enero. Hasta por un instante pareció concebir un osado acuerdo de paz en Ucrania, cuando los alemanes vetaron el envío de tanques a Zelenski y Putin fingió un alto el fuego por la pascua ortodoxa.

Este enero de 2023 se las quiere saber todas. Pero no tiene un perfil definido. Tanto se postulaba al Nobel de la Paz como reabría la guerra israelo-palestina con una masacre en Cisjordania (ya hay más palestinos muertos que días en este 2023, decía una crónica sobre el nuevo punto caliente) y desataba la ira callejera en Perú o amagaba con dar un golpe de Estado en Brasil. Salía a la calle en París contra Macron como exhumaba en España, por boca de Feijóo, la Triple A del asesino López Rega en la Argentina de Perón y Estela. En España se escoraba a la ultraderecha en Castilla y León contra el aborto y se movilizaba en la Cibeles frente a un esperpéntico “plan oculto de mutación de la Constitución”. Pero, de pronto, se quitaba la mascarilla y anunciaba que el 7 de febrero dejaría de existir en el transporte público. Acto seguido, se anunciaban los éxitos de Moderna contra el melanoma en el camino de una vacuna universal del cáncer. Enero daba una de cal y otra de arena.

Lo peor ha sido la violencia de género. Ese martirio. Vimos llegar cargueros y veleros transportando droga como nunca. Venían de América, nuestra pariente lejana. Los bajeles de la droga eran interceptados cerca de las islas en lo que llaman la Ruta Atlántica, la misma Ruta de Indias de hace más de 500 años pero al revés. ¡Qué cinematográfico el jodido enero que sacó las ratas del hampa de la madriguera! Así, vimos la imagen con abrigo de piel marrón y gorro en la cabeza de Matteo Messina, el capo di tutti i capi de la Cosa Nostra siciliana, de 60 años, la mitad fugado de la justicia bajo la gruesa salvaguarda de la ormetà (la ley del silencio), apodado El Seco o Diabolik , de la camada de mafiosos que en los 90 asesinaban a jueces como Falcone o Borsellino, aprehendido en Palermo por los carabinieri en la clínica donde se trataba un cáncer de colon. En su apartamento clandestino tenía un cuadro de Marlon Brando caracterizado como Don Vito Corleone en El Padrino.

Las guaguas y el tranvía empezaron el año gratuitamente. Y Fitur desplegó la pancarta del regreso al podio del turismo canario, como no ocurría desde la primavera árabe, que, tras el apagón en la pandemia, consagra el mito de la resurrección. Un místico sentido del milagro económico surge en las Islas en vísperas del día de la Patrona. Nada impide que así sea cuando venimos de una afanosa adicción al apocalipsis, a 90 segundos de la fatídica medianoche, según el reloj de la Universidad de Chicago, y enero se guardaba una carta bajo la manga: algo sucede en las entrañas de la Tierra que el núcleo se enfría, se detiene y gira en sentido contrario. Y los días y las noches alteran su duración. Lo veloz de este mes y los nuevos presagios invitan a sumergirse en el Carnaval, ojos cerrados, al son de Quevedo (sin monóculo), la revelación de 2023, y disfrutar hasta el amanecer, que febrero está tocando a la puerta. ¡Qué quedrá!

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