conversaciones en los limoneros

Julio Fajardo: “La Laguna puede ser la reina de los Macondos”

Julio Fajardo Sánchez nació en La Laguna en 1942. Inició estudios de arquitectura en Barcelona, que abandonó. Fue cantautor. Fue también miembro fundador de Los Sabandeños.
Julio Fajardo. | Fran Pallero
Julio Fajardo. | Fran Pallero

Julio Fajardo Sánchez nació en La Laguna en 1942. Inició estudios de arquitectura en Barcelona, que abandonó. Fue cantautor. Fue también miembro fundador de Los Sabandeños. Teniente de alcalde de La Laguna con el inolvidable Pedro González. Secretario de Información de la Junta de Canarias. Fundó la Gerencia de Urbanismo de la ciudad de Aguere y formó parte de la Comisión de Urbanismo de la FEM. En 2004 ganó el premio Benito Pérez Armas de novela por “El polvo debajo de la alfombra”. Antes había publicado “Arquitectura tradicional de Tenerife”, “Expropiación Blanca Paloma” y “Diccionario en ciclo pédico”. Me dice: “A partir de entonces no he hecho otra cosa que escribir”. Hoy los lectores de este periódico pueden leer con frecuencia sus deliciosos artículos, derivados de sus escogidas lecturas y de su culta vida, no exenta de un agudo sentido del humor y de una innata facilidad para la interpretación, que ya no utiliza.

-¿Es La Laguna el Macondo español?

“A Macondo lo construyen los personajes y las circunstancias. No es una condición eterna y es la historia la que se encarga de hacer las ciudades; la historia y la memoria. Y La Laguna tiene una historia muy característica”.

-Y un gran anecdotario.

“Puede ser que en España existan pueblos parecidos, cada uno de ellos con una personalidad muy específica. Lo que los distingue es su condición de irrepetibles, identificables y diferentes. Parece difícil que una ciudad destaque entre las demás por algo misterioso. Lo misterioso nunca resulta vulgar, a menos que te disfraces de fantasma. Si esto es ser Macondo, La Laguna es la reina de los Macondos”.

-Está llena de personajes curiosos, por eso lo digo.

“El mundo está lleno de personajes anónimos. Todos contribuyeron a crear el recuerdo de los que vinieron más tarde. Una ciudad también es esa masa silenciosa de lo no reseñable. Los protagonistas laguneros quedan subsumidos en una larga anécdota que hay que contarla en su conjunto. No se trata de gentes que desfilan por un carnaval disfrazadas de lo que no son. Su aportación me resulta coral y por lo tanto merecen figurar en la gran biografía de la ciudad, porque fuera de ella quedarían descolgadas y náufragas, no significarían nada. Son esos personajes los protagonistas de una gran comedia, necesariamente vinculados al escenario”.

-¿Hay magia en esta ciudad? Yo personalmente creo que sí.

“Existe una magia real y otra prefabricada”.

-No lo entiendo muy bien, disculpa.

“Pues que hay una magia que se dedica a representar escenas antiguas, que sugiere pasadizos secretos, monjas enamoradas y obispos lujuriosos. Es la que prefieren interpretar los guías de una leyenda falsificada”.

-¿Y la otra?

“Confundir la magia con la parasicología es habitual, pero la tontería es común a muchos pueblos y a muchas modas. Esto no nos hace ser diferentes. La magia puede ser explicable, como en el caso de don Domingo Verdugo, el hermano del poeta, que sufría una enfermedad bipolar y desdoblaba su personalidad haciéndose visible o invisible en función de los días y del clima o, según él, del encendido de los arcos voltaicos. Seguramente había leído a Robert L. Stevenson y para distinguirse de su otro yo llevaba en la solapa una cinta de color”.

-Julio, ¿es tan fuerte como dicen la condición de isleño?

“Son mundos que la literatura presenta como contrapuestos. Siempre existirá el deseo de una isla para un continental y el de un continente para un isleño. Es la ínsula con la que Cervantes hace soñar a Sancho para ejercer su reinado. Lo cierto es que estas vocaciones son diferentes, en función del lugar en el que ubiques tus apetencias”.

-Eso mete al ser humano en una especie de juego de luces.

“Cuando yo era niño debería disfrutar de una posición más amplia, porque mi ideal era la isla de Robinson Crusoe. La isla tendría que provocar un ansia de expansión cultural, una forma de exportación necesaria para una nueva experiencia vital. No se entiende a Galdós sin la insularidad, ni a Blas Cabrera, ni a Millares, que parece querer lanzar su mensaje envuelto en una arpillera para empaquetar tomates. En estas cosas, obligatoriamente, somos diferentes del resto”.

(Hablamos de la cultura canaria, para mí muy cerrada. Y Julio me dice cosas del foco cultural que ejercen Madrid y Barcelona. Él ha vivido en los dos sitios y dice que ha notado que la gente se comporta de igual forma. “Hay codazos por acceder a determinados palacios de papel que son irreales”, asegura. Y añade que está también la otra cultura, la popular, la local, “que es propiedad del pueblo, con la que éste se engalana, como dice Arnold Hauser”).

“Yo estuve haciendo un programa de televisión con estos materiales y llegamos a los rincones más sorprendentes e inesperados del planeta. Significó para mí abrir la cultura, lo otro es una competencia estúpida por ver quién llega más lejos y salvo raras excepciones se suelen quedar en nada”.

-¿Hubo en Aguere un museo de fetos?

“Tomás Morales fue un compañero mío, concejal en el Ayuntamiento de La Laguna, que siempre se distinguió por sus iniciativas originales”.

-Cuenta eso.

“Lo cierto es que conoció a un guardia civil jubilado que guardaba en su casa una colección de fetos y de animales disecados”.

-¿Y qué ocurrió?

“Tomás se los pidió prestados para montar una exposición de lo que consideraba algo raro. Incluso llegó a pensar en la idea de un museo permanente con estas cosas. Y el mayor de los fetos, una hembra bastante desarrollada, a la que él llamaba la niña, sufrió un accidente al caerse al suelo el frasco en el que estaba guardado y derramarse el formol. Entonces la niña empezó a volverse negra. La envolvió en una toalla y la llevó hasta una gasolinera, donde compró dos bolsas de hielo. Con el cargamento siguió hasta urgencias del Hospital Universitario y colocó a la niña en el mostrador de admisiones. Al momento ya estaban allí el juez y la policía. Pese a todo, Tomás, insistía en que le había salvado la vida”.

-No me digas entonces que La Laguna no es Macondo. Cuéntame la iniciativa de Juan Oliva.

“Juan Oliva es ocurrente por tradición familiar. Era la época de la UPC y las demostraciones de afecto al Polisario, muy frecuentes. Entre las propuestas de ayuda, a Juanito se le ocurrió la broma de incluir en ellas un cargamento de polvorones. Fue una coña más en un tiempo pintoresco en el que Juan propuso también la idea de que la bandera con las siete estrellas verdes fuera izada en el Ayuntamiento y dotada de broches a presión para poder quitarla rápidamente cuando aparecía el capitán general por allí, para asistir a las procesiones”.

-También acordaron felicitar a Breznev, en una sesión municipal, el día del aniversario de la revolución bolchevique. Otra vez Macondo.

“Sí. Fue una propuesta de Julio Castro, el único concejal del Partido Comunista entonces, una gran persona y un gran amigo. Tenía una imprenta y veinte años después publicó uno de mis mejores libros. Yo creo que la propuesta la hizo siguiendo las órdenes de Wladimiro (Rodríguez Brito), que en aquella época propuso también declarar a Ronald Reagan persona non grata en el claustro de la Universidad y tuvo a Nancy Reagan una noche sin dormir. Wladimiro es también amigo. Todos nos reencontramos en la Casa del Señor”.

-¿Echas de menos aquellos tiempos turbulentos de la Transición, Julio?

“No echo de menos nada de lo que he vivido. Tengo la memoria suficiente para no perderlo de vista. La memoria selecciona lo que conviene recordar, en el caso de que la sepas dominar. Todos deberíamos pasar por la política, igual que se hacía con el servicio militar. Pero yo no echo nada de menos, porque el pasado te debe acompañar amablemente”.

-¿El mejor alcalde lagunero en democracia?

“Pedro González, en su primer mandato. Nos tocó a todos construir algo de la nada, adaptarnos a unos principios constitucionales que estábamos estrenando. Un tiempo difícil y apasionante, con leyes obsoletas que había que reformar poco a poco. Debías acostumbrarte a ser comprensivo con él porque tenía una manera peculiar de ejercer su cargo, con la inercia de la clandestinidad a sus espaldas. Me llevé siempre bien con Pedro y era mi amigo desde el grupo Nuestro Arte, cuando nos reuníamos en el restaurante Soto Mayor”.

-Fundaste, con otras personas, Los Sabandeños. ¿Revolución de la música?

“Los Sabandeños fueron una revolución porque produjeron un efecto imitativo, una imagen, una fórmula, que se ha instalado como modelo y prototipo a lo largo de medio siglo. Nadie fue el dueño del invento, quizá la sociedad que lo estaba demandando. Lo cuento en el prólogo del libro “Los Sabandeños, las otras voces del mito”. Lo de las divisiones en el grupo a lo largo del tiempo no es importante. Los hechos siempre están por encima de las personas, a pesar de que haya personas que se consideran por encima de los hechos”.

-Tienes la virtud de mantener el interés, de principio a fin, en los libros y en los artículos que firmas. Esto es difícil.

“A un escritor lo que le hace falta es ponerse a escribir todos los días. Escribir no es un oficio, eso lo dicen los cursis. Es la entrega de algo íntimo y tu capacidad de comunicación aumenta en función de que pongas a la sinceridad por delante en todo lo que haces. Yo leo mucho. Cuando era niño estuve tres meses con una pierna escayolaba y no paré de leer, como ahora. Hoy estoy empeñado en escribir sobre cómo se escribe. Muchos escritores lo han hecho: Navokov, Calvino, Rilke, Vargas Llosa, Borges, Octavio Paz, Orwell y tantos otros que recrean su apreciación de la literatura sobre los mismos autores: Cervantes, Flaubert, Balzac, Tolstoi, Proust, Joyce, Melville, Conrad, Miller. Sobre los actuales nadie dice nada todavía porque la envidia siempre ha sido un asunto inter vivos. Para escribir hay que ser libres”.

-Nietzche decía que había que escribir a sangre.

“Pero eso no es suficiente. Además, hay que disponer de la fortuna de que tu sangre coincida en su fluir con los biorritmos de los lectores. Si consigues eso habrás logrado transmitir a los demás el goce personal que experimentas cuando estás creando la obra. No es fácil”.

-Improvisaste unos monólogos fantásticos sobre Cubillo. Pero nunca para el gran público.

“Siempre me ha gustado el esperpento basado en la realidad. Aquello fue una parida que le grabé al médico Pedro Luis Cobiella como un regalo de cumpleaños. Hace poco leí de Octavio Paz que los escritores no son muy apreciados en la estructura del mundo burgués. No digamos los humoristas. Nosotros no disponemos de la severidad que se exige en el escalafón social. Con las sociedades marxistas ocurre igual. Si no te conviertes en propagandista no tienes sitio en el sistema. Todo ello a costa de perder el sentido crítico imprescindible que nos exigimos a nosotros mismos para ser libres. Hoy llamamos a esto ser políticamente correctos, una dictadura como otra cualquiera. Pero a los que nos dedicamos a esto nos sirve de acicate el tener siempre algo en contra. Si no fuera así, careceríamos de incentivos para perfeccionarnos”.

-¿Recuerdas la chancleta en el Ayuntamiento de La Laguna?

“Todas las chancletas, como tú las llamas, responden a una necesidad popular. La sociedad es así y las democracias se han inventado para expresar la diversidad con respeto. Yo asimilaría la chancleta al populismo. El populismo no es una ideología, sino una herramienta para llegar al poder y la puede desarrollar un barrendero o un ingeniero. A veces creo más en la simpleza del barrendero para presentar las urgencias que nos apremian y que no apreciamos cuando miramos al mundo a través de un único prisma. Responderé a tu pregunta con que fue buena, fue la demostración de que todos cabíamos en el mismo proyecto. Me siento algo pesimista, pero hoy me niego a aceptar que ese proyecto se encuentra agotado”.

TE PUEDE INTERESAR