por qué no me callo

La hubris de 2023

Entrar en 2023 es hacerlo en territorio ignoto, como hace cinco siglos se aventuró Colón en la odisea de indagar un nuevo mundo detrás de los reinos de dragones, o sea detrás de nosotros, que éramos los últimos en los mapas y, como pensaba Julio César, ahí empieza lo bueno, la sustancial historia.

Este vuelve a ser el caso en circunstancias parecidas sobre los límites de las cosas. ¿Habrá paz detrás de estos meses? ¿Hemos, acaso, tocado fondo? ¿Los descubrimientos inconmensurables de última hora, como los avances contra el cáncer o la fusión nuclear, son indicios de esa nueva tierra? El nuevo mundo, que dice Eckhart Tolle, ese genio desconocido en la élite convencional que tiene una mirada inédita sobre un tiempo emergente, es más que nunca el desafío que urge acometer tras el aspaviento de estos primeros años de década, pandemia, guerra y China otra vez.

Cuando Stephen Hawking visitó Tenerife en 2014, se ofreció a responder las preguntas que le formularan varios asistentes a las conferencias de su gira con motivo del festival científico Starmus. “El avance tecnológico que nos salvaría es la fusión nuclear”, respondió a uno de los espectadores, sin poder adivinar que en 2022 sería posible ese hallazgo providencial en un laboratorio federal en California.

Los privilegiados artífices del hito (la búsqueda de la ignición por fusión), un grupo de investigadores abnegados, consiguieron hacer realidad muy pronto el sueño de Hawking, producir una ganancia neta de energía (nada menos que del 50%) mediante una reacción de fusión nuclear. Ha pasado desapercibido para la gran audiencia abducida por otras manifestaciones espectaculares mediáticamente. La hubris griega aporta la noción de desmesura que necesita este año para salvar este siglo; la transgresión de los límites que los dioses imponían a los mortales. Elon Musk sería el prototipo de ese quebrantador de la norma que se cree un dios. Pues bien, ahora mismo no hay mayor destello de esa impronta, en clave benefactora, que la fusión nuclear apenas acariciada por nuestra era.

De manera que con estos ingredientes podríamos albergar esperanzas de prósperos descubrimientos a la vuelta de la esquina. El milagro de la energía inagotable, limpia y barata se acercó como no lo había hecho nunca el 5 de diciembre, en el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore, donde cuentan con el mayor láser del mundo: 192 haces de láser se concentraron en un punto del tamaño de un “grano de pimienta”, generando fugazmente las condiciones de una estrella a tres millones de grados Celsius.

Hawking se habrá removido en los aposentos de su posteridad onírica, después de que fuera testigo en 2012 de la constatación altamente probable del bosón de Higgs, la ‘partícula de Dios’, que desentraña el misterio del origen de la masa de las partículas subatómicas, gracias a otro experimento luminoso, en el colisionador de hadrones del CERN, considerado la máquina más grande construida por el ser humano en el mundo, en un túnel subterráneo cerca de Ginebra. Una de esas maravillas que nos honra, pese a todo lo demás.

Ha sido en el vórtice de una guerra, el huracán que aterroriza Europa tras la invasión rusa de Ucrania, cuando la mayor crisis energética que se recuerda exigió dar respuestas urgentes a las grandes preguntas sobre el porvenir de la energía. De manera que digamos bien alto que, aun en mitad de la tormenta, incluso de la tormenta perfecta, en 2022 la humanidad seguía dando pasos. Pasos de gigantes en la luna de nuevas expediciones sin salir del marco del planeta, aquí dentro, donde hay tantas cosas por indagar para salvarle el pellejo a la especie. De nuevo Tolle nos advierte del ego superlativo de algunos congéneres que han trastabillado los objetivos de la civilización. Pienso en esa saga de hitleres, stalines, putines… que no encajan en las sincronías de Carl Jung para que aquellos logros de la ciencia precedan a otros necesarios inventos. Se están muriendo los inventores humanistas de otra época. Y alguien tiene que inventar en 2023 la paz.

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