Jordi A. Jauset es un ingeniero y músico catalán que asegura que si suena la música en el quirófano, mientras te operan, te recuperarás antes. Siempre he creído en los valores terapéuticos de la música aunque confieso que no soy consumidor de toda la que se produce. Hay melodías que me trasladan al cielo y otras que me ponen de los nervios; así que, si esta técnica progresa, ruego que antes de enchufar la sala a Spotify me permitan elegir los temas. Luego está lo de acordar mis preferencias con las de los doctores, porque, si estas cosas que digo ocurren, es preferible tenerlos a ellos en buenas condiciones que al paciente, que en la mayoría de los casos está anestesiado y no se entera de lo que pasa a su alrededor, a Dios gracias. Normalmente suelo hacer un mosaico con lo que leo en la prensa cada mañana, y esta recomendación de amenizar con un concierto la mesa de operaciones me da pie a otras reflexiones. Por ejemplo, lo emparento con un artículo de El País (lo de la música viene en La Vanguardia) donde se dice, acertadamente a mi juicio, que se está confundiendo a la llamada guerra cultural con lo que solo es una batalla ideológica. En esta última existe una lucha cruenta por decidir qué tendencias se llevan, qué canciones se prefieren escuchar, qué modelo de baile es el que triunfa en las discotecas. No es lo mismo entrar al quirófano con una bachata populista, que con una abstracta cantata de Bach, una danza enervante de Khachaturian, o un elegante vals de Strauss que nos recuerda al viaje de Sissí por el Danubio.
¿Estas divergencias podrían asimilarse a un tema de cultura o a una confrontación de ideologías? Pues, aunque parezca lo contrario, en estas diferencias sutiles se encuentran a veces confundidas las preferencias políticas. A mí no me gustaría que me intervinieran escuchando a Shakira enviándole puyas a Piqué, sobre Twingos y Ferraris, Casios o Rolex. Tampoco que me amenicen la apendicitis con El Polvorete de Pepe Benavente. Qué quieren que les diga: es muy difícil esto. Pues con todo lo demás ocurre lo mismo. No sé si hay música de izquierdas y música de derechas, me imagino que sí, que cada uno tiene a su Cecilia debajo del brazo, a su Libertad sin ira, o a su Valtonic para cantar las cuarenta a ritmo de rap. Lo que sí me resulta claro es que no iban a producir el mismo efecto sobre los enfermos. En el fondo, esto es lo que nos pasa, que alguien ha traslada do los argumentarios a nuestros gustos personales y ya no sabemos distinguir entre la banda de Agaete y el violín acaramelado de André Rieu. En medio de la entrevista, Jauset dice que no está seguro de lo que hay en el más allá, como le ocurre a la mayoría de las personas. No sé si esto tendrá que ver con la música que debería acompañarnos en nuestro tránsito final, pero, en cualquier forma, es bueno prestarle atención a este asunto, porque, de lo que si estoy seguro es de que no nos llevaremos con nosotros nuestras ideologías, a pesar de que luego los epitafios digan lo contrario. Si esto es así, es que estamos hablando de algo superfluo, de un acompañamiento de usar y tirar al que le hemos concedido la oportunidad de convertirse en el eje de nuestras vidas, y no es así.
En nuestro organismo se desencadenan todos los días batallas víricas que tratan de expulsar a los agentes dañinos que vienen a invadirnos. Es la guerra entre el bien y el mal que intentamos trasladar a todos los actos cotidianos de la existencia. Unas veces lo acompañamos con un tango de Gardel, o, si somos más progres, con el bombo de Mercedes Sosa. Hay donde elegir y gustos para todos. Podríamos hacerlo en paz, sin tanto ruido de fondo. Cuando me operé de la cadera me pusieron la anestesia epidural. Parecía que estaba en el interior de un taller de chapa y pintura, oyendo los martillazos y el chirriar de una radial cortando el hueso. En aquel momento hubiera pedido que me durmieran del todo o que me pusieran unos tapones en los oídos. Nada de música. La recuperación duró lo que tenía que durar, y al poco tiempo caminaba con normalidad y aliviado de dolores.