tribuna

De trenes y túneles

Otro sábado deleitándome con la lectura de Muñoz Molina. Es necesario que en nuestro país existan opiniones libres como las de él , aunque tengo que reconocer que, al no pertenecer al habitual grupo de los que esparcen el incienso, poco efecto van a tener en la ciudadanía, amén del riesgo de ser condenado por los miembros de esa guardia pretoriana que se ha formado como barrera para proteger a los postulados del pensamiento único. Hoy habla de los trenes del Cantábrico que no caben en los túneles y de la exactitud. La exactitud es lo que ha hecho progresar a nuestro mundo y, en esta situación, ha sido sustituida por la palabrería. Para poner un ejemplo de cómo funcionan estas cosas ha recurrido a la antigua Unión Soviética, el que fuera paraíso de su vieja militancia, aludiendo a la campaña del 2+2=5, que anunciaba la bondad de los planes quinquenales, y que acabó silenciando al censo que evidenciaba sus efectos negativos en la población. La exactitud no interesa, ni conviene, en un ambiente gaseoso, donde las cifras se han convertido en armas contradictorias sacrificadas en aras de la propaganda, lo mismo que en la antigua URSS. Cuando leo a Muñoz Molina pienso que está haciendo el esperpento de la realidad, hasta que caigo en la cuenta de que su compromiso como escritor le obliga a hacer el retrato exacto de lo que contempla, para que todos lo podamos ver desde su prisma objetivo. Por eso describe a este país como “oscurantista, palabrero y clerical”. “Entre nosotros las palabras han prevalecido sobre los números, los anatemas sobre los razonamientos, y nuestro modelo político ha sido durante siglos, y hasta ahora mismo, más el monólogo encendido desde la tribuna o el púlpito, que el debate bien argumentado entre posiciones distintas”. Como siempre, el escritor pone el dedo en la llaga, pero no están los tiempos para hacerle caso a los escritores, antes bien, para condenarlos al ostracismo de los índices si no hacen el panegírico que los que poseen el monopolio de la verdad pretenden escuchar. Siempre habrá quienes intenten salvarlo diciendo que hay que interpretarlo de manera diferente, pero esto me recuerda aquel chiste del que iba en el metro y fue detenido por decir: “Este régimen es una mierda”. Luego, en su descargo, alegó que se refería a una dieta estricta que le había puesto el médico. El policía, después de pensárselo, decidió arrestarlo argumentando: “En realidad el único régimen que es una mierda es este”. Ustedes perdonen que me salga del rigor obligado para comentar un texto de un miembro destacado de la RAE. La anécdota es lo suficientemente ilustrativa, y además produce algo de distensión en la crudeza de un artículo periodístico. “La realidad es maleable en un ambiente en que confluyen, junto a la tontería humana, los fervores de la ideología y la cruda ambición política, las consignas coreadas por congregaciones de fieles y los apaños mercenarios de publicistas y asesores de imagen”. En estas palabras se encierra una alusión al sufrimiento paciente de una población que contempla con estoicismo el descabello de un toro obligado a arrimarse a las tablas. La exactitud ha desaparecido, por eso los trenes no caben dentro de los túneles, y esto es lo peor que le puede pasar a un país donde tienes que conformarte con el zapato que te aprieta el empeine.

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