tribuna

En el metaverso de Casablanca

Este es un mes inusitado, de efeméride bélica. Con el primer aniversario de la invasión de Ucrania, ya somos la generación de una guerra a la espera del cese de las hostilidades si el pandemónium no se hace viral, por decirlo alegóricamente.


Como cada mañana, al desayunar, leemos lo último de Putin, su flema. Ha vuelto a amenazar de puntillas con bombas senior por los tanques Leopard. Siente uno la tentación de acudir al ChatGPT y hablar con Putin mediante el último grito de inteligencia artificial. Y ver qué nos suelta.


Pero España y Canarias tienen su particular agenda litigiosa y se trata de acotar la paz, las elecciones de mayo mediante. Lo cual convierte al país, a estas islas, en un laboratorio de realidad aumentada, con su lado virtual y sus estereotipos.
La cumbre de España y Marruecos es un ejemplo. Si uno pasea por las distintas opiniones, se concibe como una nefasta noticia, de izquierda a derecha. Se confunde en el mercado de la política (el zoo del bestiario en calendas electorales) la crítica y el contrapeso con la falta de sentido de los asuntos de Estado. Que después de ocho años se celebre la Reunión de Alto Nivel (RAN) entre Madrid y Rabat no solo es una inmejorable noticia en política de vecindad (con los tambores de Ucrania de fondo), sino que nada conviene más a Canarias. El solo esbozo de esta cita ya había desplomado en enero la inmigración un 82%.


Otra cuestión bien distinta es el desaire de Mohamed VI, al no cuidar sus obligaciones de estadista y una cortesía elemental cuando el presidente de España visita su país en tan señalada ocasión. Pero los gobernantes europeos saben (que le pregunten a Macron) que si el socio necesario marroquí carece de algo es de una básica educación diplomática y se asienta en la ortodoxia ladina de Hassan II, su padre. Este juego al escondite de Mohamed es un manido ardid del rey alauí que cansa. La ONU conoce bien su proverbial circunloquio, como una eterna tertulia en un café de la plaza de Jemaa el Fna, con Juan Goytisolo tomando una infusión entre pitonisas y encantadores de serpientes.


A Canarias y a buena parte de la clase política lo que genera desconcierto es la fórmula establecida sobre el Sáhara, una ambigua convención de acuerdo entre las partes adocenada por el tamiz marroquí de la autonomía impuesta que no tiene semejanza española, como los espejismos solares del desierto: el agua ilusoria del oasis, mientras soñamos que la paz se cuele en Ucrania como una serendipia. Lo mismo. Hasta entonces, hoy Sánchez, mañana Torres, tratemos de fijar la mediana de una vez por todas, que la ruta canaria no sea más el mar de los muertos y que haya simbiosis en Ceuta y Melilla con Tetuán y Nador, que eviten más asaltos mortales a las vallas. Tener la fiesta en paz con el de al lado en un mundo alarmado por una guerra fronteriza es casi una metáfora obligada.
En los últimos dos foros Premium de la Fundación DIARIO DE AVISOS se ha abordado extensamente este asunto. El ministro de Exteriores Albares celebró la entente con Rabat cuando el mundo disiente entre sí. Y el eurodiputado Juan Fernando López Aguilar ha sido la comidilla en España, Bruselas y Marruecos. La zarandeada sentencia de Aguilar, “Marruecos es un socio estratégico; si hay que tragar sapos, se tragan”, ya está inserta en la memoria colectiva del género periodístico hispano-marroquí bajo el marbete de los sapos.


La política, gobierne en España la izquierda o la derecha, no puede ser una aberración del lenguaje. Habrá que sentar algunos fundamentos básicos. Cuando Rajoy regía los destinos de este país, en un encuentro reservado de directivos de nuestro periódico con una voz autorizada del partido en el poder conocimos (y respetamos la discreción) las expectativas de un acuerdo con Oriol Junqueras (ERC) por parte de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Aquella ofrenda de la Moncloa a la Generalitat derrapó en la estolidez de un referéndum chapucero y una declaración frenopática de independencia. Esta semana, el secretario del PSC y exministro de la COVID Salvador Illa firmaba con Pere Aragonès, el presidente de la Generalitat, de ERC, el acuerdo de los presupuestos autonómicos de 2023. Con el procés en descomposición, esta, sin duda, es la puntilla a los sucesos de 2017 que obligaron a aplicar el articulo 155. En la misma foto se aprecia al fondo a un Puigdemont descaecido al borde de la extradición. En condiciones normales, estaríamos de enhorabuena. Las dos Españas de Ortega de nuevo se conllevan. Los planes de Rajoy y Santamaría se hacen realidad con un gobierno socialista y solo cabría discutir si el precio de modificar los delitos de sedición y malversación es proporcionado a tales efectos.


La política internacional es ahora pragmática, ya no ideológica. De nuevo citemos a Macron recibiendo en El Eliseo a MBS, el príncipe saudí Mohammad bin Salman, acusado de ordenar el asesinato y descuartizamiento del periodista Jamal Khashoggi. A Joe Biden haciendo las paces con Maduro. Al excomunista Ramón Tamames aceptando, a los 89 años, la invitación de Vox a encabezar una moción de censura contra Sánchez. En España viene caminando la eventual alianza de Feijóo y Abascal, a regañadientes, como en Castilla y León, y téngase la seguridad que como en Canarias si los números dan.


Pocas lecciones pueden darse unos ni otros. Esta es otra hora y otra era. En Moscú un reputado periodista bocazas pide quemar Madrid por su implicación con tanques en la guerra y reprende al Kremlin por no usar la bomba nuclear contra sus enemigos europeos. No, el mundo no es jauja, es un globo chino. Se ha vuelto un infierno. Siempre nos quedará París, decía Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en Casablanca (para volver al principio de estas lineas). Pero eso será en el metaverso o en el novísimo chat.

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