por qué no me callo

Manolo Sánchez, hasta siempre

Con el mal viento de febrero que se ha llevado a rajatabla a paisanos que seguían los pasos de Alexis Ravelo en enero, como Manolo Vieira o Hilda Siverio, ayer decía adiós en Tenerife el gran acuarelista nonagenario Manolo Sánchez, de cuya obra y vida fui testigo afortunado desde hace más de medio siglo.

El Manolo Sánchez de trazo libre y despreocupado, el maestro de las tonalidades del agua y la luz subido a los andenes insulares a vista de pájaro, que inmortalizó las iconografías y tradiciones vernáculas, la lucha canaria y los hábitos remotos de los tiempos de Torriani, el autor de estampas de identidad, el veterano taxonomista de los iconos rurales, el pintor de campesinos en su edén, de cuevas, animales y caseríos de mi Anaga sentimental… nos deja un legado artístico impagable.

La memoria de casi un siglo de vivencias y paisajes que se diluyen con el tiempo y el cemento inexorable queda grabada en las acuarelas y los dibujos de este prolífico notario longevo de álbunes y caballetes. La paleta de Manolo congelaba un sentido costumbrista condenado a desaparecer de nuestras vidas. Su obra es copiosa y fiel. En ella está preservada de un modo colosal la evolución humana y paisajística de la isla como un ser vivo al que fue retratando sin pausa a lo largo de su dilatada existencia, de tal modo que sus cuadros comentan lo existente y extinguido con insólita hipertimesia, como si nada le hubiera pasado inadvertido al artista.

Poseído de esa inercia casi periodística de cuanto visible se topó, Manolo Sánchez se acordaba siempre de DIARIO DE AVISOS y nos remitía con asombrosa fluidez los dibujos y acuarelas que seguía produciendo en distintos formatos, acerca de los acontecimientos incesantes de la actualidad frenética que le metió en el tren de este siglo.

Nada le era indiferente ni le causaba desinterés, desde la crisis de la pandemia al centenario del Tenerife. Su esposa, Mercedes, velará ahora por el legado del artista más fecundo que he conocido. Ayer, muy temprano, se fue en su nube a explorar otros territorios que escapan al alcance humano y a seguir pintando y dibujando en los macizos trascendentales, donde estén los teides de las estrellas.

No podremos dejar de recordar al pionero de la acuarela experimental de los años 60 junto a Raúl Tabares que estrechó lazos con sus colegas de Cataluña y América, y expuso profusamente dentro y fuera de España, y era miembro de academias de este país y de otros como la Burkhart de Roma, asiduo del Museo Histórico de La Habana (la amada Cuba donde emprendió su nueva vida) y embajador de las Islas en los países que frecuentaba.

Sus reapariciones en las salas y exconventos de La Laguna (su arcadia) y en las galerías de Santa Cruz daban noticia de una portentosa vitalidad que le duró hasta el final.

Siempre le agradecí que en su abundante producción hubiera páginas de mi infancia que narran sus acuarelas y dibujos personalmente más conmovedores. Los lagares de Taganana, Manuel y sus bestias de carga en El Bailadero, la última lechera de El Batán… Se nos ha ido un amigo del alma.

TE PUEDE INTERESAR