tribuna

Marie Kondo

Marie Kondo dice ahora que no hay que tener la casa tan ordenada, que es mejor procurar no guardar demasiadas cosas. Su consejo es que nos desprendamos de todo aquello que no nos produce “chispas de felicidad”. No es nada nuevo. Esa recomendación también la hacen los psicólogos, pero no con los objetos, sino con las personas. Menos mal. Tener a una Marie Kondo en casa recordándonos a diario que lo tenemos todo por recoger, que nuestra ropa está pasada de moda, que tal o cual amigo es un pesadito al que no debemos tratar, y cosas por el estilo, es un coñazo que no se lo recomiendo a nadie. Parece que ahora se revisa la fiebre de las seguidoras de la japonesa y entramos en un mundo de otras economías. Esto no quiere decir que hayamos desistido de necesitar a alguien que nos organice la vida; y no porque la tengamos desorganizada, sino porque nos hemos acostumbrado a observar los manuales de uso para comportarnos de la forma más políticamente correcta.

Estas normas que nos enseñan a no soportarnos han provocado que proliferen las mascotas. Es más cómodo. A las mascotas no las podemos regañar por las cosas que hacen mal. Siempre tienen la justificación de que son irracionales; y, además, si nos pasamos el tiempo hablando con ellas sabemos que nunca nos van a contestar y eso da una seguridad infinita. Sin embargo, se produce una especie de comunicación telepática por la cual los dueños aseguran que les entienden todo lo que les dicen, y hasta aquello que no les dicen también. Así da gusto. Es una relación ideal que funciona a las mil maravillas. En el futuro deberíamos estudiar más este tipo de convivencia. Quizá aprenderemos cosas nuevas imitando a los que hasta ahora considerábamos desprovistos de cerebro, como hicimos observando el vuelo de las aves para terminar fabricando aviones.

Las cosas se caen al suelo y Marie Kondo ya no ordena. Creo que es porque tiene tres hijos y no le sobra el tiempo para organizarse adecuadamente. El orden, según Marie Kondo, consistía en el mejor aprovechamiento del espacio de los armarios, y para eso empleaba un procedimiento de doblado muy original. Era algo así como llevar el proceso de fabricación de Ikea a los actos cotidianos de nuestras vidas. En el fondo, si atendemos a los suicidios, los suecos no se diferencian mucho de los japoneses. Siguiendo a los psiquiatras y a las técnicas psicológicas de Morita, no hallaremos mucha diferencia entre ellos. Quizá sea debido a esa manía por controlar el espacio ordenado que deben ocupar las cosas que nos rodean. Yo creo que la vida es hermosa gracias a sus contradicciones, y que un mundo repleto de calcetines doblados de la misma manera nos tiene que conducir a la melancolía, como todos los esfuerzos inútiles.

Pasar el tiempo hablando con perros y gatos o doblando los pijamas, terminará por llevarnos al absurdo de los gestos repetitivos, a un ámbito de casillas numeradas en la que cada uno ocupe su lugar de aburrimiento. No sé si Marie Kondo estará acertada al decirnos ahora que no hay que ordenar tanto, que tiremos lo que no nos hace falta y que avancemos por la vida con lo que tenemos, mucho o poco, sin importarnos el peluco que lleva el vecino en la muñeca. Cuando me mudé de casa puse muebles de Ikea. Ahora no lo haría, aunque todos mis libros están en la Billy. Las tengo blancas y marrones. La cama la tuve que cambiar porque era de aglomerado y contrachapado y se rompió. Solo era para mirar. De usar y tirar, como la ropa de Inditex que Marie Kondo se empeña en que guardemos bien dobladita. ¡Qué mundo, este!

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