La gran triunfadora del aquelarre parlamentario de la pasada moción de censura fue Yolanda Díaz. El presidente le cedió uno de sus turnos de palabra, y así, durante una hora y media, pudo desarrollar un mitin de Sumar, ese movimiento que pretende reunir bajo su liderazgo a toda la izquierda a la izquierda del PSOE. Mientras tanto, las ministras de Podemos, Montero y Belarra, comprobaban, desde la soledad de su escaño, que Pedro Sánchez, como era de esperar, ha optado por sacrificar a la gente de Pablo Iglesias que pretenda hacerle sombra en las próximas convocatorias electorales. Y precisamente el presidente fue el segundo gran triunfador de la moción de censura gracias a la torpeza de Vox, que le regaló horas de propaganda televisiva en unos momentos en que los escándalos de corrupción, uno de ellos en Canarias, están afectando a sus expectativas electorales, por mucho que Tezanos se invente estadísticas desde un CIS académicamente prostituido, con la complacencia de los medios de comunicación amigos, incluyendo la radiotelevisión pública. El conglomerado de socialistas radicales, comunistas e independentistas que llaman la mayoría de la investidura no aludió a la corrupción socialista, y la soledad crítica de los populares y de Vox se hizo muy patente en algunos momentos, aunque el grupo popular hizo bien gestionando su abstención, y Feijóo quedándose al margen. La gran pregunta, que muchos militantes de Vox comparten, es por qué Abascal aceptó ejecutar lo que, en su origen, fue una ocurrencia de Sánchez Dragó secundada después por Ramón Tamames. Se comenta que tanto él como Espinosa de los Monteros están muy influenciados por Dragó. Como decimos, la moción le regaló a Pedro Sánchez horas de propaganda televisiva sin posible réplica o interrupción, como le puntualizó a Tamanes la presidenta de la Cámara, mientras que no le aportó nada a Vox. Sánchez Dragó y Tamames pertenecen a la generación política que hizo oposición clandestina al tardo-franquismo y protagonizó la Transición: los brujos que trajeron la democracia. Incluso su militancia comunista lo era desde su autonomía personal: Dragó terminó cercano al anarquismo y Tamanes en el partido de Adolfo Suárez. Es la generación de Suárez, Fraga, Felipe Gonzáles, Alfonso Guerra, José Luis Corcuera o Santiago Carrillo. Eran otros tiempos, se hacía política de otra manera, posiblemente más ética que la actual. Durante la moción, Tamames comentó el algún momento que aquello no era una sesión parlamentaria sino un mitin, y tenía razón. Entonces, por ejemplo, el PSOE era socialdemócrata, pero desde Zapatero ya ha dejado de serlo. Y con Pedro Sánchez se ha vuelto criptocomunista. La pregunta sigue formulada; ¿qué ganaba Vox con la moción? Tamames parecía un viajero del tiempo al que su vehículo temporal hubiese transportado a una época y un escenario que no comprendía. Sus intervenciones fueron mínimas y muy poco estructuradas, y tenían razón los que le reprochaban no haber presentado un programa de gobierno: Vox podía haberle proporcionado uno para cubrir las apariencias. El retorno de los brujos, la obra de Bergier y Pauwels, dio origen al movimiento del realismo fantástico. La moción de censura de Vox ha fundado el parlamentarismo fantástico, pero los brujos que retornaron con Tamames se irán con él definitivamente.