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Los miserables

Se suceden con una aterradora regularidad las noticias sobre mujeres asesinadas por su parejas o exparejas. Pero, al mismo tiempo, se suceden también con una frecuencia más que preocupante los suicidios de adolescentes, víctimas en la casi totalidad de los casos de lo que se ha venido a denominar bullying, el acoso y la intimidación de sus supuestos compañeros en colegios e institutos, unos supuestos compañeros que se comportan como miserables canallas y malnacidos amparados en el número y la superioridad física.

En suma, se trata de una forma de violencia juvenil que consiste en ataques físicos, verbales, emocionales o psicológicos repetidos con la intención de dominar y humillar. Se manifiesta bien en agresiones físicas, como golpes, palizas o empujones que cometen una o varias personas contra la víctima de forma constante; bien en agresiones verbales, como insultos o burlas; bien en agresiones emocionales o psicológicas. Y tiene efectos en la salud física, el bienestar emocional y el rendimiento académico de las víctimas, especialmente si la violencia se repite en el tiempo o es severa, además de influir en el clima escolar del centro educativo. El último triste caso ha sido el suicidio de unas gemelas de origen argentino y 12 años de edad en el municipio barcelonés de Sallent de Llobregat, Alana y Leila, que se arrojaron juntas a la calle desde un balcón del tercer piso de su casa. Un suicidio en el que, dentro de la tragedia, podemos rescatar la buena noticia de que Leila sobrevivió a la caída y está ingresada en el Hospital Parc Taulí de Sabadell en estado grave: se encuentra estable y tiene importantes lesiones en la cara, brazos y en algunos órganos internos, por lo que requiere cirugía de mandíbula y otros tratamientos, pero no se teme por su vida. La familia espera que Leila se recupere para trasladar el cuerpo de su hermana a Argentina. El origen de la tragedia ha sido que Alana tenía disforia de género con una orientación sexual masculina, se peinaba y vestía como un chico, y quería que la llamaran Iván, aunque sus miserables compañeros de clase en el instituto de la localidad, como burla y en una manifestación de transfobia, la llamaban Ivana, hasta el punto de que la situación llegó a ser insostenible emocionalmente y le condujo al suicidio. Las dos hermanas estaban muy unidas y Leila se suicidó con ella por solidaridad y porque no concebía una vida futura sin su compañía. A la transfobia de sus miserables compañeros se unía también una xenofobia intensa, por su origen y su acento argentinos, que las hacía querer regresar a su país, como repetidamente manifestaban a sus abuelos, residentes allá. Ahora bien, con ser aberrantes los sucesos anteriores, lo peor es su politización, los intentos de los políticos por eludir sus responsabilidades y desviar la atención. Contra toda evidencia, el Consejero de Educación de la Generalitat se apresuró a descartar el bullying y a negar que las gemelas sufrieran acoso escolar, lo que, lógicamente, provocó el rechazo de la familia. Y la policía catalana se dispersó anunciando que se consideraban varias hipótesis, cuando estaba claro lo que había sucedido, corroborado por la familia desde el primer momento. Pero en términos políticos no importa. Los adolescentes no votan y las mujeres asesinadas por ser mujeres tampoco.

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