por qué no me callo

Manuel Hermoso: “No vamos a sacar las metralletas”

Venimos de la censura de Tamames, que le cuenta a Daniel Ramírez en El Español que temió morir en mitad del lance, porque “a estas edades hay que tener mucho cuidado”. Manuel Hermoso, que tiene casi la misma edad que el reverendo profesor de Economía (va a cumplir 88 años, uno menos que el excomunista candidato de Vox), se hizo célebre en las Islas por dos motivos: por ser un carismático alcalde de Santa Cruz posTransición y por asestarle una moción de censura a Saavedra hace 30 años que lo convirtió en el primer presidente nacionalista de Canarias. Hermoso no era cubillista ni falta que le hacía. Tenía una impronta soberanista y, si se quiere, sanchista de reinventor de la política. Sánchez también debutó de presidente gracias a una censura, y Rajoy, un año después, reaparecía en nuestro Foro Premium con aquel fair plair característico de su flema proverbial sin asomo de acritud hacia el adversario. Saavedra, con la misma cachaza, saludó a Hermoso (que venía de ser su vicepresidente) aquel 31 de marzo de 1993, tras la investidura, y, sin perder la media sonrisa con que paseaba imperturbable por la política, le deseó “paciencia y aguante” y tuvo un atisbo de ironía cuando le previno de cierto “clima jomeinista” en su Gobierno. Eran dos amigos representando papeles desconocidos en la aún jovencita autonomía canaria. El uno, digno perdedor en una maña casi de lucha canaria, y el otro, astuto y ventajista, que leyó con reflejos el momento de meter el cucharón en la olla del autogobierno y fundar de la nada un gobierno con vitola de nacionalista que iba a dar que hablar durante más de un cuarto de siglo de apego al poder. Por eso a veces, Sánchez me recuerda a Hermoso, en la osadía de sacar conejos de la chistera cuando a los demás los atora el exceso de ortodoxia. Hace unas semanas se reunieron a almorzar Saavedra, Hermoso y los consejeros de los gobiernos del socialista después de 40 años de su primera legislatura. Una confesión que nos hizo una vez Hermoso reflejaba una vieja empatía personal que ni el tiempo ni aquella censura en mitad del matrimonio en el Gobierno han logrado borrar en sus largas vidas (Saavedra cumple en julio 87): tras las segundas elecciones, el condestable de ATI fue a visitar al líder socialista a la Península, al hospital donde se operó de la cadera, y le ofreció apoyar su reelección. Saavedra se tomó una legislatura sabática y agradeció el gesto. Hubo tensión en aquella censura del 93 que nació de un desencuentro sobre el REF con Solchaga, ministro de Economía de Felipe González, cuya fundación guarda la carta que le envió Saavedra previniéndole del riesgo de estar dando alas al independentismo. Llegó el día de la votación y el Parlamento era un pandemónium. Mientras se recelaba del voto del palmero Antonio Castro, la realidad fue que tuvieron que ir a buscar a Madrid a Honorio García Bravo y Antonio Cabrera, que se habían dado a la fuga. Honorio entró con gafas oscuras en el pasillo caldeado de aquella sesión, le pregunté y me dijo que había ido al oculista. Dimas Martín andaba por allí, con los minutos contados por una condena inminente de inhabilitación. Todo tenía un aire inevitable de trampantojo. Olarte se disponía a cambiarle el nombre y la ideología al CCI (de un partido inspirado por Suárez a otro de centro nacionalista exprés) y Mauricio sumó a Ican a la censura antes de abrazar el credo nacionalista formalmente. Asamblea Majorera no tenía que dar explicaciones a nadie. Y las AIC se pusieron la camiseta de la Unión del Pueblo Canario con el resto de los comensales. Así nació Coalición Canaria, hoy demediada por las continuas escisiones, cuyo patriarca irrumpió hace 30 años espantando los miedos de Madrid: “No vamos a sacar las metralletas”.

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