No descubro nada nuevo si digo cómo conocí al que fuera mi gran amigo Martín Rivero. Un amigo especial en mi vida que durante muchos años mantuvimos una amistad de respeto y admiración. El destino ha querido arrebatárnoslo cuando aún tenía muchas cosas importantes que hacer y con una edad propicia para ello. No voy a escribir sobre el currículum profesional de Martín Rivero porque considero que todo el mundo es sabedor de ello. Graciosamente, y de forma cariñosa, Martín me llamaba el duque de Valle de Guerra. Una amistad y admiración que duró muchos años desde el respeto y admiración, especialmente desde los inicios de La Gaceta de Canarias, en 1989, siendo los directores los hermanos Martín Rivero y Carmelo Rivero. Un periódico que tuvo un parto muy difícil, pero lleno de vida e ilusiones. Aún recuerdo aquellos primeros meses de prácticas en aquellas instalaciones que tenían los enchufes sin adaptación a las paredes del nuevo periódico. Un grupo de periodistas y maquetistas estuvimos preparándonos para familiarizarnos con el nuevo estilo, pero también para ver cómo funcionaba el sistema informático WordPerfect. Todo aquello, ese preliminar de conocimientos y adaptación de ese nuevo medio escrito de un nuevo comunicación, resultó ser emocionante y, en ocasiones, estresante. Los nuevos directores del ambicioso proyecto no regatearon en esfuerzos para que esa ilusión se hiciera realidad. Martín Rivero, junto a su hermano Carmelo, no paraba de caminar por toda la redacción. Iban de un lado para otro, hablando con cada responsable de sección. Recuerdo que Martín Rivero tenía un tic nervioso. Es decir, por cada mesa que pasaba iba tocándolas con un bolígrafo y de paso motivándonos. El submarino, como llamaban al edificio de La Gaceta de Canarias, estaba compuesto de un gran equipo de profesionales periodistas, fotógrafos y maquetistas. La ilusión de los hermanos Rivero fue desbordante en entrega y compromiso en un proyecto nuevo en el mundo periodístico del Archipiélago canario. Pasaron los años y cada uno fuimos por caminos profesionales distintos, pero sin perder nunca el contacto. También recuerdo que coincidimos en la Exposición Universal de Sevilla 1992, junto con Leopoldo Mansito, Martín Rivero y Pepe Marrero. Martín me enseñó muchas cosas del mundo de las letras y del periodismo. En los últimos tiempos le solía ver en Tegueste, en el bodegón Fernando, padre de Pedri, jugador del FC Barcelona. Su currículo profesional resultó ser polifacético y exitoso, granjeándose la simpatía y admiración de muchas personas del Archipiélago y de la Península. Sin duda, Martín Rivero ha sido un verdadero baluarte y punto referencial del periodismo de Canarias y más allá del Atlántico. Martín se despidió de este mundo de una manera tranquila, sin alborotos y protagonismos. Lo hizo trabajando en lo que él quería y le gustaba.