tribuna

Mi amigo Martín

Por Juan Luis Calero. Carmelo Rivero siempre me lo dice: Martín te descubrió. Y así fue. Y ahora me viene a la memoria con mayor nitidez aquella tarde lagunera, en el barrio de Lomo Largo, donde me hizo la primera entrevista para el informativo de Radio Club Tenerife. Ese acto de generosidad por su parte, me unió para siempre a este amigo del alma que, como su hermano Carmelo, ejerció un periodismo humanista, lejos de otras prácticas de uso común en estos tiempos. Ese día tuve una de mis primeras actuaciones, como les digo, tras ser capturado por César Rodríguez Placeres, del Centro de la Cultura Popular Canaria, que me perseguía para que subiera a los escenarios, y por ellos me paseé durante unas cuantas décadas. Menos mal que ya he dejado esa tarea, algo que parte del público agradecerá. Recuerdo, también, que ese mismo día un vecino hizo unas declaraciones que quedaron inmortalizadas en la grabadora que llevaba Martín. Dijo el mencionado activista vecinal que “los barrios teleféricos de La Laguna estaban muy abandonados”. Y en eso estoy de acuerdo.


Martín tenía una inteligencia que yo admiraba, y practicó cuando se daba la ocasión un fino y destilado humor, que surgía de la atenta mirada que desplegaba sobre esta realidad isleña, que conocía al dedillo. Escribía sin la hipergrafía de la que adolecen algunos que confunden hacer literatura con escribir a golpe de tecla, y dejarlo así. Junto a Carmelo, Martín fue mi guía constante cuando me iniciaba en la prensa escrita, y más de una vez me sopló alguna primicia mundial para llenar la página de los domingos, que mi querido Leopoldo Fernández me ofreció en este mismo periódico, y donde publiqué la noticia de un supuesto romance de Lucas Fernández con la tenista Arancha Sánchez Vicario, algo que jamás ha sido desmentido ni confirmado.


Y ahí no queda todo. Martín también me abrió las puertas de la radio, la SER, la Radio Club de Paco Padrón, sobre cuya herencia todavía transitamos. Fue en el programa nocturno de Antonio José Alés, y yo salí con las piernas temblando del estudio porque era la primera vez que me enfrentaba a un micrófono, y además en un programa de emisión nacional como era Medianoche. Pues bien, a pesar de que durante estos años no nos veíamos tanto, Martín sabía como yo que la amistad con mayúsculas no necesita frecuencia, como bien afirma Jorge Luis Borges. Y por eso, cuando me preguntan que si tengo amigos de verdad, respondo a bote pronto que sí, que tengo dos, Martín y Carmelo, porque ni siquiera la muerte puede desdibujar mi gran afecto por Martín. Por eso no pienso deslizarme por la laberíntica y paralizante tristeza ante su ausencia física, sino recordarlo con una sonrisa a pesar de que nunca me perdonó que yo fuera un fanático domesticado de la Unión Deportiva Las Palmas.

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