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Este químico común de limpieza podría aumentar en un 500% el riesgo de padecer Parkinson y provoca cáncer

Durante los últimos 100 años, se ha utilizado para descafeinar el café, desengrasar metales y limpiar la ropa en seco
Imagen de recurso de una lavadora. / EP

El tricloroetileno (TCE), una sustancia química común y ampliamente utilizada en la limpieza en seco, puede estar alimentando el aumento del Parkinson, la enfermedad cerebral de más rápido crecimiento en el mundo, según publican los investigadores en el ‘Journal of Parkinson s Disease‘.

Durante los últimos 100 años, se ha utilizado para descafeinar el café, desengrasar metales y limpiar la ropa en seco. Contamina 15 emplazamientos tóxicos del Superfondo en Silicon Valley y hasta un tercio de las aguas subterráneas de Estados Unidos. El TCE provoca cáncer, está relacionado con abortos espontáneos y cardiopatías congénitas, y se asocia a un aumento del 500% del riesgo de padecer la enfermedad de Parkinson.

En un artículo de hipótesis, un equipo internacional de investigadores –incluyendo a los neurólogos del Centro Médico de la Universidad de Rochester (Estados Unidos) Ray Dorsey, Ruth Schneider, y Karl Kieburtz– postulan que el TCE puede ser una causa invisible del Parkinson.

En el documento detallan el uso generalizado de la sustancia química, la evidencia que vincula al tóxico con el Parkinson, y describen a siete personas, desde un exjugador de baloncesto de la NBA hasta un capitán de la Marina y un senador de Estados Unidos, que desarrollaron la enfermedad de Parkinson después de trabajar con la sustancia química o de estar expuestos a ella en el medio ambiente.

El TCE era un disolvente muy utilizado en numerosas aplicaciones industriales, médicas, militares y de consumo, como para eliminar pintura, corregir errores tipográficos, limpiar motores y anestesiar a pacientes.

Su uso en Estados Unidos alcanzó su punto álgido en la década de 1970, cuando se fabricaban anualmente más de 600 millones de libras (algo más de 270 millones de kilos) de esta sustancia química, o dos libras (un kilo) por estadounidense. Aunque su uso doméstico ha disminuido desde entonces, el TCE se sigue utilizando para desengrasar metales y para la limpieza en seco.

La conexión entre el TCE y el Parkinson se insinuó por primera vez en estudios de casos hace más de 50 años. En las décadas transcurridas desde entonces, las investigaciones en ratones y ratas han demostrado que el TCE penetra fácilmente en el cerebro y los tejidos corporales y que, en dosis elevadas, daña las mitocondrias, las partes de las células que producen energía. En estudios con animales, el TCE provoca la pérdida selectiva de células nerviosas productoras de dopamina, un rasgo distintivo de la enfermedad de Parkinson en los seres humanos.

Los individuos que trabajaron directamente con TCE tienen un riesgo elevado de desarrollar Parkinson. Sin embargo, los autores advierten de que “millones más se encuentran con el producto químico sin saberlo a través del aire exterior, las aguas subterráneas contaminadas y la contaminación del aire interior”.

El producto químico puede contaminar el suelo y las aguas subterráneas dando lugar a ríos subterráneos, o penachos, que pueden extenderse a grandes distancias y migrar con el tiempo.

Más allá de sus riesgos para el agua, el volátil TCE puede evaporarse fácilmente y entrar en los hogares, escuelas y lugares de trabajo de las personas, a menudo sin ser detectado. En la actualidad, es probable que esta intrusión de vapores esté exponiendo a un aire interior tóxico a millones de personas que viven, estudian y trabajan cerca de antiguas instalaciones industriales, militares y de limpieza en seco.

La intrusión de vapores se detectó por primera vez en la década de 1980, cuando se descubrió que el radón se evaporaba del suelo y entraba en los hogares, aumentando el riesgo de cáncer de pulmón. En la actualidad, millones de hogares se someten a pruebas de detección de radón, pero pocos se someten a pruebas de detección del TCE, que provoca cáncer.

El estudio describe el caso de siete personas en las que el TCE puede haber contribuido a su enfermedad de Parkinson. Aunque las pruebas que relacionan la exposición al TCE con el Parkinson en estas personas son circunstanciales, sus historias ponen de relieve los retos que supone construir el caso contra las sustancias químicas. En estos casos, a menudo han transcurrido décadas entre la exposición al TCE y la aparición de los síntomas de Parkinson.

Entre los casos estudiados figura el del jugador profesional de baloncesto Brian Grant, que jugó durante 12 años en la NBA y fue diagnosticado de Parkinson a los 36 años. Grant estuvo probablemente expuesto al TCE cuando tenía tres años y su padre, entonces marine, estaba destinado en Camp Lejeune. Grant ha creado una fundación para inspirar y apoyar a las personas que padecen la enfermedad.

Los autores señalan que “durante más de un siglo, el TCE ha amenazado a los trabajadores, ha contaminado el aire que respiramos por dentro y por fuera y ha contaminado el agua que bebemos. Su uso mundial está aumentando, no disminuyendo”.

Los autores proponen una serie de medidas para hacer frente a la amenaza para la salud pública que supone el TCE. Señalan que los lugares contaminados pueden rehabilitarse con éxito y que la exposición al aire interior puede mitigarse mediante sistemas de recuperación de vapores similares a los utilizados para el radón. Sin embargo, sólo en Estados Unidos hay miles de lugares contaminados y es necesario acelerar este proceso de limpieza y contención.

Defienden que se investigue más para comprender mejor cómo contribuye el TCE al Parkinson y a otras enfermedades. Los niveles de TCE en las aguas subterráneas, el agua potable, el suelo y el aire exterior e interior requieren un seguimiento más estrecho y esta información debe compartirse con quienes viven y trabajan cerca de los lugares contaminados. Por ello, los autores piden que se ponga fin de una vez por todas al uso de estas sustancias químicas.

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