decalcomanÍa 159

Solo la fotografía

Si el tiempo se parase. Si el tiempo de aquella fotografía se parase. Si las risas, los abrazos y la calidez. Si los besos se parasen. Si las canciones que fueron se parasen. Si el charco y los tarajales. Si las primeras lágrimas entre las sábanas se parasen. Si mejillones, zapatitos rojos y los veinte. Si el tiempo no se oxidase. Si la nueva cosecha trajese, siempre, mangos, reinetas, peras y frutas del llano grande. Si las promesas recobrasen ropajes y setas. Si las escaleras hablasen. Si el Chinyero explotase de nuevo tras una partida de póker y sus faroles. Si el Bami Goreng fuera eterno. Si el Requiem de Mozart. Si El Mesías de Händel volviese al coche.

Peces en la pecera, arena de playa, coladas y ropa tendida en luna llena. Momentos y olores. Quién fuera niño dormido en tu regazo. Quién fuera ojos bajo la estrella fugaz y su deseo. Si se parase el tiempo en la alborada del galán de noche: esencia a mañana, rocío y agua fría en la atarjea. Si las piñas y la leña calentasen tu desnudo junto a la raíz del viento. Si nada estuviese en suspenso. Si la niebla de julio volviese a tu pelo, a tus ojos, a tu boca, a tu quiero.

Cebrián (Poldo) suena a foto, dice el fotógrafo Efraín Pintos. Pasiones de retratos, paisajes, cuerpos y polifonías que nunca se acaban porque la vida sigue y la vitrina no alcanza a guardarlas. Proporción áurea o desobediencia para encuadres que descubren el interior. Si no todo esto no tendría sentido. La plasticidad a través de la lente no tendría sentido. La búsqueda del Dorado no tendría sentido. Las infinitas cosas pequeñas se perderían por el desagüe de la desidia. Y de repente, la luz. La luz que filtra la ventana y calienta la piel cana y la arena bruna. Sutil diafragma. La oscuridad es ausencia de luz. Vivificante la luz de tu vista. Y tus encantos.

Limones para un limoncello. Un litro de alcohol, cáscaras y planes de amores. Los que cuenta Poldo en sus blancos y negros, colores y composiciones. Paisajes íntimos y universales que trascienden. Portafolio que nunca se acaba. Aprendemos con él. Lo escuchamos y ojeamos en silencio. No caemos en la cuenta de que el licor lleva tiempo. Maldita impaciencia. La felicidad tan cerca se torna lejos. Respirar tristemente da miedo. Entonces, la fotografía.

Miramos los días y su cuadro de ingratitudes y alegrías. Expectación en la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel. A Poldo Cebrián le reconocen su magisterio. Sentado, apacible, rodeado y contento recibe la admiración de quienes le cortejamos. Debe ser así. La fotografía siempre se hace con alguien más. Nos quiere cercanos. Le queremos próximo. Y queremos la gloria de imágenes que recorren curvas en escorzo, de espalda y de frente. Planos que lustran la lava, lo azul, lo castaño y lo verde. Caricias. Texturas que se sienten.

El martes comeré en su casa. Formidable. Comeré en la casa del fotógrafo: muchas luces, pocos muebles y un par de árboles mágicos. Uno, da sombra. El otro, oraciones. Cuando cae la lluvia sentimos las gotas. Cuando caen los soles buscamos trozos de sombra. Historias sencillas que no lastiman, que no se contaminan con palabras inhóspitas que hieren los labios y el pensamiento. Que se quiebre la tristeza, que se prolonguen los instantes que abren el aliento a la infancia tierna. Desayunos, comidas, cenas contigo y nalgada en el culo.

Teclas que improvisan la banda sonora de una película muda. Érase una vez y tantas. A veces sin querer, otras queriendo. Estamos en on. Apartamos el off.

Solo la fotografía para el tiempo.

María Luisa Hodgson

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