Ayer soñé que estaba viviendo en un pueblo del Oeste, con salón, meretrices, enterrador vestido de negro, pianista, médico con maletita horizontal de cuero y un par de pistoleros profesionales en ejercicio, además del sheriff con la jeta del Tito Berni y una cárcel que parecía de papel. Como he visto el excelente video de Bertín, “Yo debí enamorarme de tu madre”, se repetía en el sueño la imagen de la atractiva rejoneadora francesa Lea Vicens, a quien se le ha muerto en la finca de los Peralta su caballo Caramelo, que tenía quince años y era especialista en arrimarse al toro para que Lea colocara sus espectaculares banderillas. Si me transportara al pasado me encantaría presenciar un tiroteo en un pueblo del Far West, con el tren de carbón llegando a la estación y los bandidos cayendo de sus caballos con un disparo en la frente. Pues todo eso lo soñé ayer y me desperté, revólver humeante en la mano, sin encontrar una mala funda donde guardarlo, ni una albarda en casa del herrero para salir en burra por la calle principal, huyendo de la matazón. Que ni chiquita empanada mental me ha sobrevenido a la vejez, en una somnolienta mezcla de películas de las que ve mi hermano cada día -de media, tres del Oeste- y de las que me encuentro yo en los canales de Movistar. Esas películas fronterizas, cruzando en caravana el Río Grande, son generalmente iguales y en todos los trayectos se atasca una carreta, se desboca un caballo, muere el malo, ejerce su tiranía un terrateniente sin escrúpulos y aparece el jinete pálido para poner las cosas en su sitio. Igualito que en la España actual, en la que nos está haciendo falta un jinete pálido nuevo, sea o no predicador.