tribuna

¿Con quién estamos?

Hace dos días escribí sobre Lula y la guerra de Ucrania, hoy Andrea Rizzi corrobora en El País todo lo que expuse en cuanto al posicionamiento de los distintos actores internacionales en el escenario bélico. Lo que no tengo claro es en qué lugar quedan los integrantes del Gobierno de coalición, si están con la UE, Biden y la OTAN, con China, o con el híbrido brasileño que no está con una parte ni con la otra. Más bien se manifiesta a favor de esa teoría general que dice que dos no se pelean si uno no quiere, y que adjudica responsabilidades tanto a Zelenski como a Putin, en un conflicto que no empezó ayer.

Es difícil mostrarse equidistante ante una guerra y una agresión desequilibrada, donde el abuso se presenta como el más importante protagonista. En esta situación es muy complicado hacer un análisis que no hiera las sensibilidades de los millones de espectadores imparciales que se estremecen cada día frente sus televisores. Lula es la tibieza en la defensa por la democracia, al menos no lo hace con el mismo convencimiento que Josep Borrel desde Europa. Quizá esté acertado a la hora de valorar que la política internacional debe abandonar ese frentismo entre democracias y autocracias y situarse más en la realidad de un mundo altamente globalizado, pero los problemas internos de los distintos países justifican que cada situación sea un caso sui generis.

La cuestión es que en nuestro país la división ideológica se acrecienta en el llamado pacto de progreso porque no coincide en las simpatías con las diversas soluciones. No veo yo a Yolanda dándole la espalda a Lula y sus colaterales sudamericanos y manifestándose a favor de Biden y la Alianza Atlántica, aunque todo puede ser. El panorama exterior está claro, según dice Andrea Rizzi, lo que no es contundente ni representa una posición unitaria es lo que ocurre dentro de casa. Esta incógnita aún no ha sido despejada, aún cuando parezca que Sumar irá de la mano de Pedro Sánchez en todas las aventuras futuras que se presenten; sobre todo para cumplir con la expectativa de crear un millón de puestos de trabajo para 2026. Mientras tanto, la guerra de Ucrania sigue siendo una de las barreras con las que tropieza nuestro desarrollo, menos robusto del que se anunciaba, debido a un volcán, un maldito virus, una sequía, y ahora Putin. Otro frente irreconciliable lo tenemos al sur, con el Sáhara pesando sobre la izquierda que lo ha mantenido como bandera irrenunciable desde el principio. Ahora viene Elena Valenciano a hablar de una europeización de Marruecos, como echando un básamo sobre la decisión del presidente socialista en su sorprendente cambio de postura.

Hay mucho de travestismo en estas posiciones. Travestismo cargado de conveniencia, donde el género es lo que menos importa y sí la circunstancia para salir del problema de forma inmediata. Una vez hecha la prueba y acabado el conflicto, ya veremos por dónde tiramos. Quizá volvamos a ser amigos del Polisario y nos volvamos a besar en la boca con Argelia. Todo puede ocurrir. Por eso digo que en este mapa del mundo que se nos diseña, con múltiples posiciones, las cosas pueden ser cambiantes, y donde dije digo diré diego, como nos tienen acostumbrados porque es marca de la casa. Estamos en campaña y ahora toca celebrar las conjunciones planetarias, sacar a José Antonio, arremeter contra Meloni y buscar a Obama y a Spielberg, que han vendio a Barcelona para ver a Bruce Springsteen.
Mañana, cuando las cosas no pinten igual, volveremos a lo mismo, y el progresismo volverá a cantar el No nos moverán, junto a Lula y los polisarios, dando la espalda al imperialismo yankee que huele a azufre, según decía Hugo Chávez.

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