tribuna

El lado oscuro

Esta mañana me he levantado al amanecer, como siempre. He bajado a hacerme un café. Por la ventana entraba una luz horizontal que rebotaba en las paredes. El sol está otra vez ahí. No es verdad. Él está siempre esperando a que le presentemos la cara cada jornada, somos nosotros los que le damos la espalda. Le he puesto sacarina a mi Marcilla expreso y lo remuevo con una cucharilla. Hay que mover las cosas para que tengan sentido y para que su función se convierta en algo eficaz. Si estuviéramos siempre frente al sol qué sería de la noche, y del silencio, y del descanso, y del sueño. Atahualpa Yupanki me dijo una vez que el dinero era redondo para que pueda rodar y cambiar de mano. No estoy demasiado seguro de eso, sobre todo ahora que es de plástico y ya no llevo más calderilla en el bolsillo que la moneda que uso para liberar el carro en el hipermercado. ¿Tiene tarjeta de puntos? me dice la cajera y yo la saco para que la escanee y me conceda una rebaja por mi fidelidad. Así funciona todo. También en la vida acumulo puntos en el bono que tengo con las personas que me interesan. A veces me olvido de que el que siembra recoge y voy por mi lado, independiente, dando coces sin darme cuenta, con lo que rebajo el crédito que tengo que mantener con los que me rodean. Yupanki me dijo que el dinero era redondo, pero yo creo que casi todo ha dejado de serlo, así que dudo de que la Tierra no sea un concepto de terraplanistas en lo que tiene que ver su compromiso no físico, porque en lo físico deberá seguir girando para que con el frenazo no salgamos todos despedidos, para que siga habiendo noche y día y para que unos duerman mientras otros trabajan. Porque el mundo es el trajín de las antípodas.
Las antípodas le dan sentido a la existencia, en lo que esta tiene de continuidad. En todo lo demás el mundo es plano, global, uniforme, tedioso e impersonal. Esta luz que entra como un corte tangencial en las primeras horas podría ser el alumbramiento de una esperanza, pero para los que se sienten esclavos del zumbar de las sirenas es la repetición de la misma faena un día tras otro. Yo me pongo a escribir y procuro liberarme de esta fatalidad, salir de la carcasa donde la vida me aprisiona, imaginar otros mundos, aunque sean planos e imposibles.
Qué sería de nosotros si no soñáramos, si no dispusiéramos de ese tiempo para desprendernos de la vulgaridad de la racionalidad. Ni siquiera podríamos tener la duda de Hamlet o de Segismundo, cuyos creadores habían supuesto que esto era un ensayo diario del no existir. El sueño es la duda de Sócrates cuando se enfrenta al veneno y le dice a sus amigos que le devuelvan una gallina a Asclepio. Esta luz, que me hace regresar a la razón de la mañana, me confunde al pensar que quizá en la oscuridad de la noche tengo pensamientos más claros. Pasa un coche que hace sonar la tapa de una alcantarilla y me recuerda la existencia de un universo callado y oscuro que funciona debajo de donde vivo, para el que no existen ni el día ni la noche. Es un ámbito misterioso por donde circulan los canales lubricantes de la vida social, por donde trafica la fibra óptica que transporta la información que me llega y la que envío, por donde se van las aguas infectas que desecho, donde se esconden los malos olores que nos avergüenzan.
Este simulacro de noche eterna, este concierto de pozos negros me obliga a pensar que nuestra tendencia primitiva es enterrar aquello que rechazamos, privarlo de la luz, como si la luz fuera un elemento que acaba por destruirlo todo. Vivimos cómodos en la ocultación de las cosas que no nos gustan, jugando al escondite con la sinceridad, negándonos a ver lo que se encuentra dentro del marco del retablo. Encerramos a la vida en apariencias, y hemos llegado a convertirlas en los axiomas imprescindibles para apoyarnos. Amanece. Un rayo de luz horizontal entra por la ventana para confundirnos. La sombra de las cosas es alargada, pero solo lo será hasta el mediodía, cuando el sol esté en la vertical. Después se desplazará en sentido contrario. Estoy empezando a pensar en que Platón tampoco tenía razón.

TE PUEDE INTERESAR