César Manrique habría sido centenario en la actualidad, lo cual no sería de extrañar habida cuenta la evidencia de un sector de población longeva que se prodiga por nuestras latitudes. El reciente aniversario del nacimiento del artista inolvidable ha recordado que Manrique hubiera cumplido ahora exactamente 104 años, de no haber sido por aquel funesto accidente en la carretera la mañana del 25 de septiembre de 1992.
La supervivencia por encima de los cien años es cada vez un rasgo más frecuente que se asienta en nuestro entorno. Basta con fijarse en fotos recientes en actos públicos de los expresidentes de Canarias, que frisan los 90 años y conservan una buena apariencia, sin que sus rostros nos dejen de resultar familiares tras quedar muy atrás los años en que los conocimos ejerciendo el poder. Jerónimo Saavedra, Manuel Hermoso y Lorenzo Olarte, coetáneos y hoy casi nonagenarios, coincidieron con Manrique ya en los albores de la autonomía hace cuatro décadas. Manrique y Saavedra, amigos y cómplices, discutían en público con la vehemencia del conejero y la confianza que se tenían. Manrique hacía de abogado del diablo, era ecologista y combativo, y se batía en duelo por ideales entonces románticos como la sostenibilidad o la paz. De ahí la historia de los famosos misiles de Lanzarote, que también han cumplido años en el cuento recurrente de nunca acabar que acompaña al mito de la paz, en cuyo nombre todo se ralentiza.
Mencionar a César es tirar del hilo. Su huella, todavía cálida 30 años después de su muerte, recuerda algunas obras pendientes como cita con frecuencia Juan Alfredo Amigó, que formó con José Luis Olcina el tándem de ingenieros favoritos del artista. Un lago inspirado en el Martiánez previsto en La Isleta, o el mirador de los árboles en la Caldera de Taburiente.
Pero hubo otro guante de Manrique, que recogió el consejero de Turismo de los primeros años 90, Miguel Zerolo. ¡Un monumento a la paz! Y el artista lo dibujó sobre un papel que se conserva como un mensaje críptico de barricada: dos misiles desactivados de la URSS y EE.UU. se abrazan puestos en pie en mitad de su isla negra. El Scud soviético y el Lance M251 USA llegaron a Lanzarote tras una odisea entre 1992 y 1993. El Scud cruzó toda Europa, pasó de Rusia a Bielorrusia por Minsk, siguió por Polonia, Alemania y Francia, hizo un alto en Madrid en la Plaza de Colón y finalmente llegó en diciembre de 1992 a Lanzarote. Entre abril y mayo de 1993, la OTAN envió a la isla el misil Lance americano, procedente de bases de EE.UU. en Europa, dividido en tres piezas, con los planos para su reconstrucción.
Esa escultura incumplida era un grito ferruginoso que César imaginó brotando de la garganta de lava de su isla. El símbolo del parto de la paz y la muerte de la guerra. En un momento histórico, el fin de la Guerra Fría, la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS. En la estancia de Gorbachov en Lanzarote en 1992, tras haber liderado uno de los dos bloques anteponiendo la distensión al arsenal nuclear, Lucas Fernández le preguntó, en un encuentro en La Mareta junto a Martín Rivero y el que suscribe, si estaría dispuesto a inaugurar con un presidente americano el monumento de Manrique, con los misiles ya de camino hacia Lanzarote. Y Gorbachov, que era Nobel de la Paz, dijo que sí. Pero estábamos aún en la resaca feliz de los acuerdos de desarme y aquella buena voluntad de un dirigente ruso sensato y comprensivo dispuesto a estrechar la mano de George W. Bush, Reagan o Clinton, que gobernaban en ese período irrepetible, ahora se nos antoja inverosímil si ponemos en su lugar la mano de Putin, que amenaza desde hace un año con apretar con ella el botón nuclear, la antítesis de los misiles de la paz de César Manrique.
La rememoración del sueño pacifista del artista centenario se inserta en este momento álgido de la guerra en Ucrania. Hace un año, desplegaron una pancarta por la paz en Ucrania junto a los cohetes durante una feria agrotecnológica en las naves donde se conservan, que es su sala de espera, donde han dormido una siesta de 30 años en tanto iba cambiando la historia, los líderes iban falleciendo o envejeciendo, moría el propio Manrique, padre de la idea, se desataba una pandemia y, finalmente, una guerra cruel que dura hasta hoy en que escribo estas líneas sobre los artefactos de tan monumental pereza.
El proyecto nonato recobra todo su significado. Justo ahora, el alto el fuego está sobre la mesa, la paz preside la agenda del mundo. Las señales no son malas. Una de las grandes potencias, China, ha tomado las riendas de esa negociación. Xi Jinping ha descolgado el teléfono y mantenido una larga conversación sobre la paz con Zelenski. Visitando al invasor y telefoneando al ucraniano en su despacho presidencial de la calle Bankova en Kiev, el presidente chino puede estar escribiendo una página para la historia. Acaso las visitas de Sánchez, Macron, Von der Leyen y Lula a Pekin, y el inicio de la mediación al más alto nivel constituyan los cimientos, la peana de nuestro querido monumento a la paz. La paz que simbolizó César Manrique 30 años antes de esta guerra, y que invita a desempolvar, por fin, sus misiles, la metáfora de acero.