Se terminaron las aglomeraciones en los lugares turísticos y las procesiones en las ciudades. No cabía un alfiler en las playas, ni en los restaurantes, ni en los hoteles y la ocupación dicen que llegó casi al 100%. Yo lo que noto es que en el Puerto de la Cruz, donde vivo, cada vez veo a más turistas que lo llenan todo, aunque no sean demasiado exigentes en cuanto a calidad. Pero también la encuentras. En el Puerto han sido abiertos restaurantes muy caros y en los que se come muy bien. Podría recomendar varios, pero no lo voy a hacer porque supongo que eso tendrá un precio y páginas especializadas. Se acabaron (parcialmente) los gravísimos problemas de aparcamiento y creo que era imposible encontrar un coche de alquiler en las islas. Las reservas agotaron la disponibilidad de vehículos. Me alegro de todo eso, porque significa que hemos vuelto. La pandemia nos dejó desnudos y el cese de la reclusión nos ha traído de nuevo el optimismo en el sector servicios. A mí todo esto me supera, me he quedado seco y me cuesta mucho más buscar temas para mis artículos que puedan interesar. Todo llegará, no es la primera vez que se ha ido al carajo la inspiración. Me dice un amigo que me sale mucho mejor lo que escribo cuando digo que no encuentro nada de qué escribir. Será porque tiro de imaginación y de cosas viejas y de anécdotas que he contado mil veces. Ahora que leo a Pérez Galdós cuento una de don Benito y de la condesa de Pardo Bazán, que fue su amante. Caminaban ambos, ya muy enfadados, por las escaleras del Casino de Madrid y ella le soltó, al cruzarse: “Adiós, viejo chocho”. A lo que don Benito, sin inmutarse, le respondió: “Adiós, chocho viejo”. Y quedaron tan amigos.