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Se dice incendiarios

Por qué los políticos y los medios de comunicación de este país, con rara unanimidad, llaman “pirómanos” a los incendiarios de nuestros montes y nuestros pueblos? ¿Es simple ignorancia del idioma o existe alguna intención oculta? Según el diccionario de la Academia, y de acuerdo con su etimología, pirómano es un adjetivo que se usa también como sustantivo y que se dice del que padece una tendencia patológica a la provocación de incendios. En otras palabras, un pirómano es un enfermo, víctima y dependiente de una patología mental, lo cual significa que, al emplear ese término, se está disculpando o eximiendo de toda culpa a los incendiarios, porque se los está considerando unos pobres alienados, y no unos criminales. Lo que nos faltaba. Bonita forma de defendernos del fuego.
El término correcto es “incendiario” y no “pirómano”. También según el diccionario de la Academia, la primera acepción de incendiario, un adjetivo que se usa además como sustantivo, se refiere al que incendia con premeditación, por ánimo o afán de lucro o por maldad, simplemente por hacer daño. El prestigioso diccionario de María Moliner, como no podía ser de otra manera, coincide con estas acepciones, y el Código Penal no usa en ninguna ocasión el término “pirómano”. A su vez, los que incendian por imprudencia grave son igualmente incendiarios imprudentes, como los homicidas imprudentes, por ejemplo. De modo que sería deseable que nuestros políticos y nuestros medios utilizaran más el diccionario y dejaran de prestar cobertura moral y coartadas a los incendiarios.
De vez en cuando las fuerzas y cuerpos de seguridad han detenido a algún sospechoso; algún investigado está en espera de juicio; algún condenado a uno o dos años no ha llegado a entrar en la cárcel; y poco más. Son noticias que apenas se publican y pasan desapercibidas en los medios. Porque entre los rescoldos y la ceniza de los incendios flota un sentimiento de impunidad y de indefensión de la ciudadanía: la idea de que en este país pegar fuego al monte sale gratis. Y de que algunos hasta ríen la gracia. Salvo un caso en Canarias, jamás hemos sabido de la entrada en prisión de un incendiario condenado. Y mucho menos de uno condenado a veinte años, como permite el Código Penal. No obstante, sin esforzarnos nada, todos los veranos sabemos de terribles incendios, de personas muertas y quemadas, de animales abrasados, de casas destruidas y de montes calcinados.
Estamos en España y el asunto no tiene solución. Nuestros políticos y nuestros medios continuarán llamando pirómanos a los incendiarios. Al igual que llaman “mociones de confianza” a las cuestiones de confianza (las mociones son iniciativas parlamentarias, no gubernamentales); y defienden las listas electorales abiertas, a las que atribuyen propiedades milagrosas y efectos taumatúrgicos, sin tener la menor idea de lo que son, y sin reparar en que ya se emplean en las elecciones al Senado sin que se detecten esas propiedades ni se produzcan tales extraordinarios efectos. Los políticos españoles seguirán siendo políticos españoles. Y algunas personas, muchas casas e infinidad de árboles que ahora están entre nosotros, y que no sospechan nada, serán las víctimas de los futuros incendios de los próximos veranos. Como de costumbre.

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