superconfidencial

Vivir en Canarias

Vivir en Canarias para un extranjero tiene que ser una gozada. Para un canario es estar rodeado de envidias, de puñaladas traperas y de golfadas. Y de maledicencias. Para un foráneo, la vida en las islas es plácida, se reúnen en sus comunidades, no tienen demasiado contacto con la gente de aquí, ni participan de sus habladurías. La endogamia canaria es fea, se penaliza el éxito; la justicia no es fiable, porque se ceba con los que triunfan, y las leyes son ambiguas, sobre todo las del territorio, para los inversores locales. Siempre fue igual. Aquí los extranjeros han vivido como Dios, desde los tiempos de aquellos que convirtieron el Taoro en una comunidad británica, con sus propias normas y su organizada convivencia. En el Taoro había ciervos en libertad, se jugaba al tenis y nacieron los primeros eucaliptus. Había un hotel, que ahora pretenden regenerar -aunque no sé cuándo- en el que se tomaba el té a las cinco de la tarde y se jugaba al crócket; y muy cerca de ese hotel se organizaban carreras de sortijas a caballo, en el paseo, precioso, llamado de La Sortija. Todavía quedan algunas de las casas señoriales del siglo XIX, más bien pocas. En el Taoro residían militares británicos de las colonias africanas, que venían aquí a curarse la malaria y apenas tenían contacto con la población local. Me acuerdo de una inglesa, Miss Margaret, que conducía una rubia Austin con la carrocería de madera, preciosa. Nunca le cambió la matrícula británica porque antañazo se estilaba menos la pega y el papeleo y más si eras forastero. Una vez se me ocurrió comprarme un Hummer en Miami y no veas los trámites para matricularlo y la sangría de perras de Hacienda. Pero, claro, yo soy canario y al canario hay que cortarle el pico con una azada. ¿Verdad, amigo Elfidio?

TE PUEDE INTERESAR