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El bar más antiguo de Tenerife, que fue hasta colegio electoral

Chucho-Casa Emiliano, en el municipio de La Orotava, Medalla de Oro de Tenerife por ser una de las empresas que han superado los 100 años desarrollando ininterrumpidamente su actividad en la Isla, lleva abierto desde 1899
Vista del exterior del bar Chucho-Casa Emiliano, en la popular zona de la Cruz del Teide, en La Orotava; en el recuadro, el listado de empresas centenarias premiadas por el Cabildo. Fran Pallero
Vista del exterior del bar Chucho-Casa Emiliano, en la popular zona de la Cruz del Teide, en La Orotava; en el recuadro, el listado de empresas centenarias premiadas por el Cabildo. Fran Pallero

Dos guerras mundiales, una república, una contienda civil, casi 40 años de dictadura, el retorno de la democracia a España y un buen puñado de efemérides más hasta la fecha. El bar Chucho-Casa Emiliano, en La Orotava, puede presumir, con orgullo, de que cuando ocurrieron estos y otros acontecimientos estaba ahí, desde 1899 por lo menos. En eso casi rivaliza en longevidad con este mismo periódico, DIARIO DE AVISOS, el decano de la prensa de Canarias, que nació en La Palma en 1890, solo nueve años antes que este local.

Se trata del bar-bodegón más antiguo de la Isla, al menos así lo atestigua la Medalla de Oro de Tenerife, concedida por el Cabildo hace unos años a aquellos establecimientos de diversa índole empresarial y comercial que llevan más de 100 años en funcionamiento. Y es que el municipio de La Orotava hace gala de tener varios negocios que superan la centuria, como es el caso, dentro de este mismo ámbito de la restauración, de la célebre confitería Casa Egón, fundada un buen puñado de años después, en 1916.

El diploma de la Medalla de Oro de la Isla, como otro documento similar, otorgado esta vez por el Ayuntamiento orotavense por el mismo motivo, luce enmarcado en un cuadro en el interior de Chucho-Casa Emiliano. Este bar de toda la vida -nunca mejor dicho- está ubicado en una auténtica encrucijada de caminos, en la emblemática Cruz del Teide, en las afueras del casco histórico villero. Un lugar y sus aledaños, como recuerda el propio Jesús González Domínguez, más conocido como Chucho, su propietario, que en los años 70 y 80 del pasado siglo fue una auténtica “zona comercial e industrial”, con varias fábricas, como la de mármol, la de piedra pómez y la de bloques, y hasta una que elaboraba lejía, en un inmueble contiguo al bar, además del matadero municipal, ahora convertido en un centro cívico y social, entre otros locales.

El negocio lo fundó en 1899 el bisabuelo de Chucho, Domingo González González, y desde esa fecha hasta ahora ha permanecido abierto al público. “No hemos cerrado nunca, ni para coger vacaciones”, subraya, con orgullo, Chucho. No lo cerró la mal llamada gripe española y tampoco la COVID-19. De hecho, las restricciones motivadas por la epidemia mundial han dado a la postre una nueva vida al bar, puesto que se le permitió habilitar una terraza para afrontar las vicisitudes propias de las limitaciones impuestas, que se ha convertido ahora en permanente, lo que ha contribuido a incrementar y diversificar su clientela. Sin duda, un buen soplo revitalizador para una pequeña empresa centenaria que aspira a prolongar su andadura.

Modesto González, más conocido por Emiliano, sentado por fuera.
Modesto González, más conocido por Emiliano, sentado por fuera. DA

“VINO Y CHOCHOS”

Pero vayamos por partes. El establecimiento nació “oficialmente” en 1899 de la mano de Domingo González González, un jornalero con carácter emprendedor que quería mejorar sus circunstancias familiares, si bien Chucho asegura que la fundación realmente se produjo incluso bastantes años antes, aunque no tiene pruebas documentales para corroborarlo.

El bisabuelo de Chucho abrió una bodega de “vino y chochos”, como se suele decir en esta ínsula, negocio que siguió su hijo Hermenegildo González. El local estaba en un sitio de paso estratégico, en plena carretera que unía el casco villero y La Perdoma. Un lugar que poco a poco, con el paso de los años, se fue paulatinamente urbanizando.

Las riendas del negocio las cogió el hijo de Hermenegildo, Modesto González, conocido como Emiliano, que junto con su mujer, Milagros Domínguez, combinó la bodega con la venta de comestibles, y así estuvo 41 años hasta que en 1977 su hijo Chucho asumió las riendas del local hasta la fecha, ya solo como bar, con alguna ampliación necesaria, pero conservando la esencia y algunos elementos arquitectónicos del inmueble primigenio, como las estupendas vigas de tea de la techumbre. El aprendizaje del oficio le vino a Chucho desde pequeño, en un negocio familiar donde se daban cita los parroquianos del lugar para socializar y jugar al pericón o al dominó, y más tarde al futbolín y al billar. “Los mejores jugadores de pericón han salido de aquí”, sostiene el dueño del bar, quien rememora que antaño a veces el local parecía un “casino”, porque “los viernes y los sábados se jugaba a la popular lotería entre los vecinos”.

Chucho González Domínguez, propietario del establecimiento.
Chucho González Domínguez, propietario del establecimiento. Fran Pallero

ANÉCDOTAS: las elecciones municipales de 1995

Como es de imaginar, cientos de anécdotas se han sucedido en todos estos años. Pero, sin duda, una de las más recordadas y celebradas es la que el bar Chucho-Casa Emiliano sirvió de colegio electoral. Una circunstancia de la que pocos bares pueden sacar pecho. Fue en el año 1995, en los quintos comicios autonómicos y locales convocados en la recuperada democracia tras la dictadura franquista. En esa ocasión, la sede correspondiente estaba en uno de los locales de la cercana fábrica de mármol; sin embargo, un día antes de las elecciones las autoridades comprobaron que el piso no era muy estable, y ante el peligro que suponía, decidieron buscar una solución de urgencia. Y recurrieron a Chucho, que no tuvo inconveniente alguno en ceder el sitio. Así, el 28 de mayo (curiosamente, coincide en la fecha con la próxima cita electoral), la vecindad depositó los votos en las urnas en un bar. “Ese día no se consumieron bebidas alcohólicas, que conste”, dice, con sorna, Chucho, a quien siempre ha ayudado su mujer, María Lourdes Quintero López.

La pandemia, y las consabidas restricciones, como contamos antes, supuso para los negocios de hostelería y restauración un duro golpe a su línea de flotación, aunque también derivó en muchos casos en una oportunidad de reinventarse. Para Chucho-Casa Emiliano, la ecuación fue muy clara: la terraza por fuera del bar, autorizada, en principio, de manera provisional por el Ayuntamiento y luego ya fija, ha aumentado y diversificado su clientela, especialmente por la mañana, que suele acercarse a desayunar con el reclamo de sus deliciosos bocadillos de tortilla. Chucho, por supuesto, está encantado con este rebrote de su local.

¿Habrá una nueva generación que continúe con el bar? Chucho no desvela muchos detalles, solo que “hay algún familiar interesado”. Pues a ver si se anima y que siga el negocio al menos otros 100 años más…

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