A una semana de la apertura de las urnas, los partidos solo piensan en una cosa: la noche de autos. La de los pactos el mismo domingo 28. A diferencia de todas las demás legislaturas (diez en total en estos 40 años), todo apunta a que el reloj de los pactos no admitirá esta vez el más mínimo retraso. El que se duerma corre el riesgo de quedarse en la luna de Valencia, o, para decirlo coloquialmente, con tres palmos de narices.
Lo que agrava la ansiedad de estar listos para esa noche con el termo de café es la conciencia, por primera vez en mucho tiempo, de que existen factores de riesgo. Sobre todo, en las instancias de ámbito municipal e insular, sin descartar sorpresas en el tablero autonómico. Lo hemos comentado estos días y no es un iceberg en el cauce del 28M, una trampa inédita en una autonomía previsible. Ni mucho menos. El comején de los pactos siempre estuvo ahí, en la madera de las mesas de negociación.
Esta vez, en los círculos más aprensivos de algunos partidos se da por hecho que habrá pactos contranatura izquierda-derecha, incluso que los extremos harán la vista gorda en algunas alianzas y que, a su vez, habrá más escisiones de las que hemos presenciado estos meses. El sálvese quien pueda con tal de no morder el polvo de la oposición podría deparar pactos frankenstein a la carta, según los agoreros de esa suerte de pandemónium electoral que nos promete un aquelarre nocturno el domingo de marras hasta el amanecer.
Tiempos de veneno y sombra
En tiempos de “veneno y sombra”, que diría Javier Marías, cuando la autonomía se estiraba en las primeras poltronas y fraguaba pactos a traición, Julio Bonis era célebre porque dirigía el bando de AIC en las negociaciones, escuchaba a los socialistas y después a los estertores de Alianza Popular, a ambos les prometía acudir al altar y uno de los dos se quedaba plantado delante del cura. Siempre hacía lo mismo, a mayor gloria del tranque poselectoral. No se trataba de ganar en las urnas, sino en el envite de la negociación. Genio y figura, Bonis ya es leyenda.
La historia siempre se repite. Es verdad que los antecedentes de esta autonomía asilvestrada permiten toda clase de lucubraciones. Nadie quiere quedar fuera de la foto. Pero nada impide que esa noche y los días posteriores reine la normalidad y se imponga la lógica, por inusual que sea semejante cosa en política. O se rompe la baraja o la sangre no llega al barranco. Pero las cábalas se han vuelto locas otra vez.
Las negociaciones de los pactos regionales y las coaliciones de gobierno han sido sistemáticamente inestables en las Islas. Aquí, cabe afirmar que se acuñaron los primeros pactos de España entre perdedores, cuando el PSOE era la fuerza más votada (con Jerónimo Saavedra o Juan Fernando López Aguilar) y se ponían de acuerdo para gobernar los segundos y terceros, partidos nacionalistas y conservadores en una amalgama de dudosa coherencia. Manuel Fraga, en sus años dorados de AP en el Congreso, nos hizo una confesión:
-La derecha es la derecha. Yo soy de derechas. Pero uno de mis mejores amigos en el Congreso es Fernando Sagaseta.
Corrían los años de entredécadas de los 70-80, vísperas del octubre socialista del 82, cuando el abogado y ajedrecista comunista canario que se había curtido en la defensa de El Corredera era diputado por Unión del Pueblo Canario (UPC). Por su parte, el exministro exfranquista y demócrata que desafió a los golpistas de Tejero y profesaba una evidente querencia canaria no tenía reparos en aquella amistad tan antagónica. Algún día en España gobernarán la izquierda y la derecha como en Alemania, cosa que Merkel podrá explicar a su amigo Casimiro Curbelo en La Gomera en una de sus vacaciones.
Pero, entre tanto, estamos en 2023, en las antípodas nacionales de esa hipótesis matrimonial. Cosa que dicen los partidos que es más viable en las corporaciones locales, un laboratorio menor para experimentos con gaseosa.
Y de ahí el estado de nerviosismo que existe en estas vísperas no tanto por lo que digan las urnas como por lo que digan los pactos en aras de la santa estabilidad (el eufemismo de las artes a emplear con tal de tocar poder).
Los gobiernos de Paulino y Torres
En 40 años solo dos gobiernos han agotado la legislatura en Canarias sin romperse, el de Paulino Rivero (CC) y José Miguel Pérez (PSOE), entre 2011 y 2015, y el actual cuatripartido del Pacto de Progreso (PSOE, NC, Podemos y ASG) presidido por Ángel Víctor Torres.
En la legislatura de la censura de Hermoso, 1991-1995, a Tomás Padrón que era ocurrente e ingenioso, le vino a la cabeza un sobrenombre para las bodas del PSOE y AIC: “¡El Pacto de Hormigón!”, sentenció.
Pero los cuarenta diputados no fueron un blindaje como suponía el visionario de El Pinar, sino una tentación, pues la suma de los restantes era capaz de quebrar el cemento armado con la connivencia del socio más débil del Gobierno.
Bien es cierto que el mismo Tomás Padrón, en la investidura de Lorenzo Olarte, en 1988, ya había hecho un regalo premonitorio al flamante presidente: un naife o cuchillo canario, “para cuidarse de las puñaladas de los socios” de aquel arrejuntamiento.
Así se las gastaba la política canaria en los primeros de estos 40 peldaños. Había faroles a la hora de negociar y a la hora de pactar. En la biblia de CC estaban escritas algunas parábolas de cajón. Se sabía por experiencia que si la legislatura avanzaba y no había riesgo de golpe de estado, el socio se iba a la calle para repartir las carteras con los de casa. Esta máxima, que Clavijo aplicó a rajatabla en el mandato 2015-2019, cuando expulsó a Patricia Hernández y sus consejeros, siempre sobrevuela la política canaria en todos los niveles. El caso del Cabildo de Fuerteventura ha elevado esa práctica a la categoría de esperpento, hasta quedar reducido el equipo de gobierno a la mínima expresión: el presidente y un consejero. Bucólico y cantinflero: un insuperable hazmerreír.
Como quiera que estas elecciones arrojarán mayorías condicionadas a las generales antes de fin de año, ni que decir tiene que su continuidad va a depender de que la oposición no consiga seducir al socio más asequible. En cuatro años viviremos conatos de incendio, falsas alarmas y puñaladas traperas como ya aventuraba Tomás Padrón con el naife de Olarte hace tres décadas y media.
Todos los calderos al fuego
En 2019 estaban todos los calderos al fuego. La cocina del cuatripartito presidido por Torres se produjo en medio de una auténtica guerra psicológica. Los socialistas y Nueva Canarias llegaron a bordear la ruptura de sus conversaciones ante el desencuentro de ambos partidos en el ámbito municipal en Gran Canaria, que se recondujo en una reunión de emergencia de los popes del PSOE en una gasolinera, cuando todo estaba a punto de saltar por los aires.
En un momento dado, NC y CC se vieron empujados por las circunstancias a acercar posiciones. Los socialistas tampoco descartaron hablar con CC ni con el PP, en medio de la confusión sobre las verdaderas intenciones de Casimiro Curbelo (ASG), que mantuvo la pelota en el tejado todo el tiempo. Hoy, Curbelo visto lo visto, se ha convertido en el ídolo de todos los partidos insulares.
En una cena en el hotel Mencey, Mariano Rajoy fue testigo, el 19 de junio de 2019, de los últimos coletazos de aquellas negociaciones, cuando el mundo era ajeno a que pocos meses más tarde se cerrarían las fronteras y la población sería confinada para aislarse del coronavirus. Compartían mesa y mantel comensales del mundo económico y político local, donde destacaban dirigentes que habían mantenido relaciones de alto nivel con el expresidente de España como Paulino Rivero o Román Rodríguez.
En un momento dado, Asier Antona, el entonces líder del PP canario, se levantó para atender una llamada urgente y, al reincorporarse a la cena, ya conocía su destino: el diktat del partido (Casado & Egea) consistía en su defenestración fulminante para ser reemplazado por María Australia Navarro, acusado de frustrar la maniobra política de Clavijo.
Este, ante la imposibilidad de presidir el gobierno con la derecha y Curbelo, por estar imputado, pretendía que Antona fuera presidente, naturalmente, títere. Y el palmero se negó.