por qué no me callo

El drago y el perenquén

La biodiversidad canaria no es una mera canción de Los Huaracheros, ni tan siquiera un poema retrospectivo de García Cabrera, que amaba a los barrancos en un continuo coloquio sentimental. No es únicamente la insigne figura de Humboldt arrodillado ante el altar de esta naturaleza en el valle de La Orotava o en la cima del Teide. Es Humboldt, Cabrera y Los Huaracheros, que cantaron Siete rosas, y toda una antología de pruebas y tesoros exclusivos que han documentado la biología inaudita de esta tierra desde que en el siglo XVIII vino el astrónomo y religioso Louis Feuillée y dio un repaso a los hitos que fue encontrando y dibujando, desde un drago a un perenquén, amén de fijar en El Hierro el meridiano cero decretado por Luis XIII.

De ser objeto de debate la condición de paraíso que se atribuye a las Islas, como hacían los ecologistas que se manifestaron el sábado en Las Américas con consignas de “go home” dirigidas a los turistas, nadie acertaría a discutir que el cómputo de endemismos y especies singulares de los ecosistemas de Canarias es uno de los grandes pilares de la biodiversidad del planeta y, sin duda, el más atractivo y copioso de Europa. En su día, Darwin, devoto lector de Humboldt, descubrió la mina que era Canarias para el objeto de sus estudios y se frotaba las manos a bordo del Beagle camino de Tenerife. Con tan mala suerte que su barco tuvo que seguir de largo una vez atracado en el muelle de Santa Cruz, por la cuarentena impuesta a causa de una epidemia de cólera en Reino Unido, donde había zarpado. Ese contratiempo nos privó de un lugar en la platea de la teoría de la evolución que el científico británico plasmó en aquella travesía a América. Pero Alexander von Humboldt, el sabio alemán, sí había recorrido los templos de la isla por dentro, el último año del siglo XVIII, en el preámbulo de su largo periplo americano contenido en los volúmenes de su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, y clasificó la vegetación de Tenerife.

Hablar de biodiversidad de Canarias es hacerlo de Wolfredo Wildpret, que es la memoria viva del árbol genealógico de la natura canaria. El sentimiento del isleño sintoniza con la diversidad biológica de su tierra. Anaga es la Capilla Sixtina de la biodiversidad de la isla y nuestra Galápagos de las especies endémicas y en Las Mercedes se conserva el santuario europeo de mayor riqueza vegetal por kilómetro cuadrado.

Canarias no ha parado de ganar títulos en la Champions de la biodiversidad. Las reservas de la biosfera, los parques nacionales y los patrimonios mundiales de la humanidad, todos los honores que guarda en la vitrina confirman una y otra vez que esta flota de islas ancladas junto al África noroccidental son un mundo aparte, unas islas satélites distintas e inigualables, cuyo destino es vivir entre volcanes dormidos que pueden despertar y entre maravillas biológica que la ciencia celebra como si fuéramos un archipiélago de urnas reconditas, cuyos galardones protectores constituyeran un seguro de vida. Pero nada ni nadie puede asegurar que la mayor riqueza de Canarias, su patrimonio natural, esté guardado con siete llaves a salvo de peligros.

Dependemos de los derroteros del cambio climático, de la fiebre desarrollista, de la escasez de agua, de los días de calima que contaminen el aire, del fuego de los volcanes, de las aves y el hábitat marino, de las poblaciones humanas… La foto del cachalote varado en La Palma y el niño que se lleva las manos a la cabeza junto a la mole animal exangüe retratan la indefensión en que nos encontramos. En nuestro arca de Noé, navegamos cada día sin movernos del sitio como si fuéramos un archipiélago inmutable.

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