Claro que Bildu es legal. Claro que el procedimiento para designar a sus candidatos en las listas también lo es. Todo es legal, pero repugna comprobar cómo algunos asesinos pueden entrar a formar parte de las instituciones donde nos gobiernan. Luego pienso que si los votan es porque el pueblo está conforme, y esto parece legitimarlos. Pero la legitimación va más allá de esa circunstancia local, cuando se aceptan esos hechos, aludiendo a su legalidad, y se mira para otro lado porque la conveniencia y la oportunidad así lo aconsejan. No se puede decir que alguien ha introducido a la ETA otra vez en la campaña electoral. Quien la ha metido ha sido Bildu, y los que lo justifican no hacen otra cosa que derivar responsabilidades a quienes no las tienen. No basta con decir no me gusta; lo correcto sería renunciar a seguir teniéndolos de acompañantes imprescindibles.
Estoy seguro de que si el Partido Socialista hiciera esto crecería en el aprecio de los españoles y podría recuperar ese sentido moral del que tan frecuentemente hace gala. Pero no lo hace, ni lo va a hacer porque hace tiempo que eligió el camino del frentismo, la política de bloques que arruinó al país en tantas ocasiones y que hoy se presenta como un mal menor. Hace siete años que un partido adivinó las intenciones de alguien que tenía prisa por llegar al poder. Utilizó los procedimientos internos que tenía a su alcance para impedirlo, pero no logró contener una avalancha que hizo que sus anteriores pronósticos se convirtieran en realidad. Entonces ya era tarde y se dieron las muestras de debilidad suficientes para que lo que antes se consideraban líneas rojas impresentables pasaran a ser necesidades imprescindibles. Y ya se sabe, el imprescindible siempre cree que lo puede todo, o se lo hacen creer. Este es el resumen de lo que ha ocurrido en España en los últimos años y, si nadie lo remedia, volverá a ocurrir para nuestra desgracia. Los españoles nos habíamos dado unas reglas, a partir de 1978, para poder vivir en la reconciliación y la convivencia pacífica.
Fue posible durante muchos años, hasta que llegamos a plantearnos que las antiguas cuentas no estaban lo suficientemente saldadas y debíamos retornar a los frentismos antiguos, a los tiempos de los desencuentros viscerales. Aquellos que no estuvieron de acuerdo con el proceso de transición y lo bombardearon desde todas las trincheras son los que hoy tienen en sus manos llevar el timón del país, imponiéndole la deriva a un partido que asegura ser el protagonista de los avances de entonces. La reacción ante esta presencia testimonial de ETA en la campaña electoral es cerrar filas ante la legalidad y culpar a quien lo critica de ser un reaccionario. No es así. Hace tiempo que vivimos con la sensación de que alguien ejerce algún tipo de censura sobre lo que decimos o pensamos. Estamos peor que en los peores tiempos. Ahora bastan unas cuantas fotos y unos besitos para demostrar nuestro liderazgo internacional, como si dentro o fuera del país nadie supiera lo que ocurre realmente.
Se habla del peso de España en el mundo, pero Biden no nos trata igual que a Macron o Scholz, y su relación con nosotros se basa en una fragatas en Rota, que hace algunos años sacaría ronchas en el seno de la izquierda; una colaboración en el problema migratorio, ofrecido a miles de millas de donde se produce; o la retirada de unas tierras contaminadas de Palomares que fueron la lucha de mi pariente la duquesa roja, que, aunque fuera roja, era duquesa principalmente, y marquesa de los Vélez. Además no era tan roja como parecía, aunque fuera nieta de Maura y tuviera un tatarabuelo común con Cayetana. En fin la ETA se ha metido en campaña ella solita y todos tenemos que estar callados para no ser acusados de reaccionarios. Esto no se tapa con un viaje a Washington ni con unos avales bancarios para la compra de viviendas que no harán otra cosa que encarecerlas. Esto requiere la decisión de una promesa, imposible si la esperamos de alguien que las ha incumplido todas.