tribuna

Gatopardismo

Ya pasó todo. Estamos en la resaca de la coronación de Carlos III. Después de una mañana en Westminster Abbey, los programas vespertinos de nuestras televisiones se dedicaron a destripar a la monarquía, especialmente al rey emérito, que es el eslabón que nos une a la Constitución y a la Transición, todo en el mismo paquete. En una cadena se criticaban las manías de Carlos de Inglaterra mientras en la pantalla salían las imágenes de Juan Carlos I. Todo calculado para que el consciente trabaje a nivel subliminal. El mundo va por otro camino y el acontecimiento planetario será el encuentro entre Biden y Sánchez, el próximo día 12, en la Casablanca. Ninguno de los dos estuvo en la coronación; ni siquiera Bolaños, a pesar de aparecer en todos los memes.

Un articulista habla de Lampedusa para indicar que los cambios anunciados en la corona inglesa van destinados a que los privilegios sigan siendo los mismos. Esta es la única forma que tenemos de ver a esa institución, desde la envidia de las diferencias exclusivas, que, a la vez, son imprescindibles para que perviva. El gatopardismo, ese cambiarlo todo para que todo siga igual, no es exclusivo de las tradiciones aristocráticas. También se aplica a otro tipo de sociedades y de sistemas. ¿Qué creen que es, si no, el matonismo de Putin después de la era Gorbachov? Al final son los mismos métodos y los mismos estilos disfrazados de un tinte democrático que no existe. El mundo se puede reducir a una gran isla, como Sicilia, con el príncipe Salinas entregado a las manipulaciones burdas y ambiciosas de don Calogero Sedara.

Lo de ayer en Londres fue un acto religioso. A mí me sirvió para comprobar que la liturgia de la iglesia anglicana sigue siendo idéntica a la de Roma, que católicos y protestantes rezamos el mismo padrenuestro y el oficiante utiliza las mismas palabras para la consagración. Una comprobación más de que las cosas cambiaron un día para que todo siguiera siendo igual.

El que no cambia es Zelenski, con su camiseta color caqui, recordándole al mundo que está en guerra. El día no dio para sorpresas. El Real Madrid le ganó al Osasuna, como estaba previsto, y todos se fueron a la cama contentos: unos con la copa y otros con el orgullo de haber sido finalistas. Al fin y al cabo, el Madrid es el Madrid, al que siguen llamando el equipo del régimen.

Como ven, todo cambia para que todo siga siendo igual. En alguna prensa se anuncia que Pablo Iglesias contratará a Jorge Javier Vázquez para un programa en su cadena R(e)D, llamado “Rojos y maricones”, como otro ejemplo de la invariabilidad de las cosas importantes. En fin, que el maquiavelismo moderno se basa en un movimiento aparente para consagrar la estabilidad de lo inamovible. “Todo es igual, nada es mejor. Lo mismo un burro que un gran profesor”, dice el tango “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo.

Yo ya no me preocupo por nada. A verlas venir, que siempre será como desembocar en los tiempos del deja vu. Confío en que al planeta le ocurra lo mismo, y se comporte, como siempre, cumpliendo sus ciclos inexorables. En uno de ellos irrumpimos nosotros, con nuestra condición de efímeros y sustituibles. Yo creo que nos hemos tomado demasiado a pecho ese protagonismo. Quizá Lampedusa observó con inteligencia estas cosas y, imitando las constantes que observaba en lo que nos rodea, puso en boca del sobrino del príncipe la famosa frase, que a algunos parece molestar tanto: “Dejemos que todo cambie para que todo siga siendo igual”

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