después del paréntesis

La regeneración

Sería presuntuoso admitir que la ley de la regeneración iguala a todos los hombres. Se sabe. Fulanito de tal se encuentra en su lugar, algunos metros más arriba de los otros mortales. Y así ocurre porque de ese modo se manejan las posiciones en el mundo. Es decir, eso de la igualdad no alcanza ni a los soberbios ni a los presumidos ni a los ambiciosos ni a los ricos. O lo que es lo mismo, la seña singular de esta humanidad es la separación. Mas “regeneración” es palabra que se repite. ¿Qué es? Es una construcción acaso siniestra del cristianismo. Porque ¿qué regenerar, cómo volver al estado de la esencia, a lo original que empareja? Para el caso, lo que proclama el dicho cristianismo es el signo de la moral. Así, pongamos que el alma de un individuo en cuestión anda perdida. De lo cual se instruye volver al redil. Ese es el fundamento desde el primitivo judaísmo: poner cada cosa en su lugar del abismo. Eso sentenció Juan en el libro del delirio. Cuando Dios se manifieste, escribió, todos los mortales conocerán el premio: el cielo o el infierno. De ahí el recuento de salvados por cada tribu. Los del cielo, todos fúlgidos; los del infierno serán del color de los demonios. Dos grupos que cierran sus equivalencias dispares: los justos y los apartados. La regeneración siempre al lado de los justos. Y esa es la estrategia perversa. ¿Qué igualar? Lo que sentencia a los mortales. Pues lo que hace al ser es el existir. Cuando la vida se acaba todos iguales. En ese punto se encuentra el rasgo extremo de la consunción: cuerpo de la misma materia, cerebro igual… Más ahí lo perverso, repito. Por la regeneración Shakespeare no sería Shakespeare, Góngora no sería Góngora y no se distinguiría a Cormac MacCarthy. Y eso condena el ardor del renacimiento: yo no soy solo por lo que soy sino por lo que valgo. Eso fue Dante, eso fue Colón, eso fue Michelangelo, eso fueron los Medici. Lo fueron en reducción. Lo que aclama al mundo es la sustancia del valor; el supremo valor es lo que pone a cada cosa en su sitio. De donde ahí la astucia de las posiciones. Pues se aprecia: sujeto conocido (a la par mediocre) pero Premio Canarias de Literatura por la posición que ocupó; o distinguido “x” en suprema altura por el poder que ostentó. Ahí y ahora sí, frente a la consunción del perverso cristianismo, el signo dilecto de la regeneración: solo se restablece lo que asume el principio somero de la apreciación. Y eso es lo que estampa el tiempo. Me lo dijo cierta vez un amigo viejo: Pemán en gloria; Pemán al que la historia borrará sin dejar huella. Eso queda.

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