tribuna

La vida que narran las urnas

Echas la vista atrás y sientes que todavía eres el adolescente que no veía la hora de votar en medio de una dictadura, en la que habías nacido y habrías de vivir hasta que tuvieras 20 años. Recuerdas esa larga travesía sin libertad, un periodo oscurantista, cuando parecía que no habría luz al final del túnel. La psicosis de las fichas policiales y los testimonios macabros en comisaría; la doble vida, militando en partidos clandestinos, participando en huelgas y manifestaciones subversivas. Recuerdas el concierto frustrado de Lluis Llach en Tenerife en los estertores del franquismo con Para vosotros, jóvenes, del recién fallecido Carlos Tena, de RNE, el año bipolar de 1976; la dimisión del rector Enrique Fernández Caldas, un hombre bueno, cuando la policía impidió que el cantautor de la nova cançó actuara en el Paraninfo de la Universidad de La Laguna antes de que fuera expulsado de la isla como un indeseable con los últimos coletazos del fascismo. Recuerdas con envidia la Revolución de los Claveles en Portugal, en la madrugada del 25 de abril de 1974 (cómo olvidar las fechas y los nombres), bajo los acordes de Grândola, Vila Morena, de José Afonso, que cantábamos de un tirón como un himno, como hicimos con Al vent, de Raimon. Recuerdas a Franco de cuerpo presente, a Arias Navarro queriendo perpetuar el Régimen como una pesadilla interminable. La matanza de Atocha, los abogados laboralistas del Partido Comunista y Comisiones Obreras salvajemente asesinados por los enemigos de la Transición. Te recuerdas esos días en Madrid, con el miedo pisándote los talones. Y conservas todos esos recuerdos en el frasco que acaricias, cada vez que hay elecciones, y es el tacto de ese envase de la memoria el que da sentido a todos los días como hoy.

Las elecciones son un estado hipnótico de la vida colectiva y personal de cada hijo de vecino. El déjà vu ciudadano de un país entero y la regresión a las vidas pasadas de mi generación predemocrática, que aseó su conciencia en las urnas. Cuando las primeras campañas electorales irrumpieron en la vorágine de la Avenida de Anaga, de un Santa Cruz que vivía en la calle, hacía noche en la calle y se desvelaba hasta el amanecer en la terraza del Jet Foil. ¿Hemos vuelto a ser tan felices acaso alguna vez?

Hoy es uno de esos días suspendidos en el tiempo, la cita dominical con la misa de cada cuatro años. Es una jornada aparte, una fecha que tiene su propio currículum y simbología. Las elecciones son una moraleja, una revisión cíclica de la vida. Nos contienen. Cumplimos elecciones con una edad cuatrienal. Hacemos comparaciones fotográficas de nuestro aspecto físico y el de los candidatos y emitimos un veredicto del desgaste y sus secuelas, y del estado de conservación de nuestros sueños. No olvidemos de donde venimos: de una serie de sueños extraordinarios. Hoy, este domingo, nos hemos visto en el espejo y nos hemos dicho, de acuerdo, pasan los años, pero no pasan los sueños, y seguimos votando en libertad.

Es inevitable hacer un balance de las bajas. Los familiares que se han ido y qué ha sido de los parientes y los amigos. Como en Navidad, esta es una fecha señalada que recuerda a los que ya no están presentes. La muerte del admirado Juan Galarza, de 91 años: son días de duelo para sus seres queridos en el marco del 28M, no un día cualquiera.

De manera que hay una trastienda sentimental en esta cita con las urnas. En mi caso, he perdido hace menos de tres meses a un hermano, que es un ausente imprescindible. Un día como hoy era un reencuentro con nuestros viejos, los padres que tampoco están, cuando íbamos juntos a hacer cola para votar al colegio electoral de la Sociedad de Desarrollo, cerca de casa, debajo de la Plaza Weyler. El mismo edificio conserva el paso por él de Eduardo Sabater, el cuñado ilustrado que todo el mundo quería en esas dependencias municipales. ¿Dónde se hacía la gente demócrata en medio de la dictadura? A mi hermano y a mí nos la inoculó nuestro tío Paco Martínez del Rosario, hijo de Martínez Viera (alcalde masón de Santa Cruz), que en su librería La Prensa, de la calle del Castillo, vendía obras prohibidas de Ruedo Ibérico que escondía bajo el mostrador como una ruindad.

En cuatro años ha nacido una nueva generación de la sociedad de la inteligencia artificial, que dará un vuelco a las urnas hasta que desaparezca el acto presencial de votar.
Algunas consideraciones son inherentes a este día. ¿Será propicio para ir a la playa, como en el tópico trópico electoral de la isla o caerán cuatro gotas? ¿Habrá incidentes o reinará la tranquilidad? ¿Quién confundirá los nombres de los candidatos como si fueran de otra época? ¿Quién pedirá la papeleta de Franco o de Juan Carlos sin coña?

Algunos se delatarán por su bisoñés. Son los debutantes. Esos ochenta y tantos mil canarios de 18 años que se estrenan este domingo. Y alguien alzará la voz, dirá palabrotas a pie de urnas y será conducido hasta la calle para no interferir en el proceso. La vida ha sido dura para muchos y no todos han quedado bien de los pies a la cabeza.

Esta sociedad malherida es la que acude hoy a votar. Parece un milagro que estemos celebrando con normalidad unas elecciones como desde hace casi cincuenta años y que no llevemos puesta ni siquiera la mascarilla. Cosa que era impensable hasta antes de ayer. Pero aquí estamos, con cuatro años más, aunque seamos numéricamente menos como en mi caso y no demos crédito a cuanto nos ha pasado entre dos décadas tan trepidantes y desoladoras que valen por toda una vida.

TE PUEDE INTERESAR