¿por qué no me callo?

Resucitar a García Márquez y a Montalbán

Cuando los escritores hacen mutis por el foro, se mueren longevos o prematuros, en un hospital como Javier Marías o contra un árbol como Camus, dejan huérfanos a legiones de lectores desconsolados, entre los que me cuento. Como tantos, me he ofrecido de hijo adoptivo de muchos padres literarios, a los que he seguido de cerca religiosamente entre los vástagos imaginarios de las familias multitudinarias surgidas al regazo de sus libros. Y así ha sido durante milenios desde el primer papiro, como cuenta Irene Vallejo, de un modo admirable, en El infinito en un junco. Sí, por desgracia, los escritores se van a donde no llega Amazon para transportarnos sus obras póstumas. Así que releemos a nuestros padres putativos y sus vestigios literarios únicos nos siguen intrigando como los surcos de una huella dactilar.

En la Feria del Libro, instintivamente, buscamos la novedad de los autores favoritos pese a que hayan fallecido, fieles a la costumbre de quien espera cada año una carta puntual de un ser querido por las mismas fechas. El hallazgo de los manuscritos inéditos hace posible esa clase de milagro del reencuentro, pero son campanadas esporádicas. La novela inédita de García Márquez, En agosto nos vemos, es una de esas gratas resurrecciones de uno de nuestros autores sagrados. Tendremos que esperar a 2024, valdrá la pena; el primer capítulo tiene el sello indiscutible del colombiano. Ana Magdalena Bach acude cada año sola a una isla del Caribe para poner flores en la tumba de su madre, y, en esa ocasión, vive una experiencia extramatrimonial en el mismo hotel y la misma habitación donde se aloja desde hace 28 años.

Es una historia genuinamente garciamarquiana y el estilo no engaña, la misma melodía y el mismo timbre de Cien años de soledad, aunque el autor, al parecer, no quedara contento con el resultado y guardara el rimero de folios en una gaveta. Los herederos se han compadecido de los lectores del genio del boom latinoamericano y nos brindan, sin duda a sabiendas de que es un negocio redondo, la novela, aunque capitidisminuida, que permite el simulacro de la exhumación de un autor inolvidable.

A Vázquez Montalbán nos lo devuelven como un príncipe, con la próxima edición de la que pudo ser su ópera prima, con la que el catalán quiso debutar presentándose sin éxito al premio Biblioteca Breve. El original estaba en una caja y nunca se publicó. Es el retrato despiadado de la Barcelona que sería el Macondo de su obra literaria, donde, por cierto, vivió una temporada García Márquez, al cobijo de su agente talismán Carmen Balcells.

Montalbán, en mi caso, me regaló un encuentro en el restaurante del Mencey, le hice la entrevista y fue más allá de un rato o un rito periodístico. Ese día quería hablar y entonces seguí grabando con su autorización. Me dijo aquello de que “los godos no conocemos la gastronomía canaria”, que Juan Benet le había enseñado a cocinar las papas arrugadas y fue rebobinando en la película de su vida hasta llegar a las manifestaciones antifranquistas de su juventud, los seudónimos que le cubrieron las espaldas y le dieron de comer, los primeros libros, la obra poética que pocos le reconocían, y ya las novelas y Pepe Carvalho, hasta las célebres cabeceras de su faceta periodística, con la revista Triunfo en el altar, donde lo conocimos mi hermano Martín y yo cuando Ezcurra nos fichó de corresponsales. Descubrir inéditos en los archivos de nuestros escritores difuntos de cabecera es como exhumar sus cadáveres y darles una segunda vida. Aquella vez, cuando nos despedimos, le seguí con la vista hasta que desapareció. El corazón ya le había avisado. Al año siguiente, murió de un infarto en el aeropuerto de Bangkok. Pero los libros nunca mueren.

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