Ya no se celebra el ongi etorri cuando los presos salen de las cárceles y regresan a sus pueblos, pero esto no quiere decir que haya desaparecido esa admiración heroica por los viejos gudaris, la justificación por la lucha armada que hasta hace bien poco era reconocida como necesaria por casi toda la izquierda radical. Esta simpatía arraigada en la masa abertzale quizá sea lo que justifique que un puñado de los que en el resto del país son considerados asesinos y allí héroes, hayan sido incluidos en las listas electorales de Bildu. Quizá no ha sido una provocación, sino la permanencia de un sentimiento vivo e inevitable que viene a demostrar que el perdón no se pide cuando se considera que se tiene la razón, y lo otro es poner paños calientes para atemperar situaciones de conveniencia disfrazadas de política de guante blanco. A veces en los partidos se toman decisiones asamblearias provenientes del sentir de las militancias que no puede ser contenido por la prudencia obligada de sus dirigentes. Cuando se siembra una idea es difícil arrancarla de cuajo del deseo de los seguidores. Esto también ocurre en organizaciones que se agrupan en torno a la moderación. Es complicado dar marcha atrás, quitarse el uniforme con el que se ha desfilado toda la vida y avanzar al son de los tambores de la paz. Las sociedades se dividen en este sentido, aunque quienes protagonizan estas divisiones sean minoritarios. Las minorías activas serán las que lleven al desastre a las mayorías pasivas. Siempre ha ocurrido así. El debate del revival de la legitimidad del terrorismo ha irrumpido en la campaña electoral, y todos corren a reconducirlo hacia las argumentaciones que menor daño produzcan y a las que se les puede sacar mayor rendimiento. Oponerse al independentismo es un arma electoral eficaz fuera de las regiones donde existe. En el interior es otra cosa. El independentismo tiene el problema, y a la vez la ventaja, de que no es único. Si se desarrollara en una sola región no existiría problema en aislarlo, pero tiene varios brotes y esto hace que en el país vasco, por poner un ejemplo, dijeran que cómo se les quedaría la cara si en Cataluña consiguieran la independencia por medio del procés, del chantaje y la negociación, y ellos, con tantas bombas, sangre, muerte y sacrificio, se quedaran a las puertas, con tres palmos de narices. Los gudaris han enterrado sus pistolas mientras sus equivalentes catalanes no se cansan de gritar que lo volverán a hacer. En el fondo, en ninguno de los dos lugares ha desaparecido el problema; está adormecido esperando una mejor ocasión. Lo único que se proclama como un éxito y una derrota es el abandono de un método, por lo demás todo sigue igual. Alguien dice que ETA no ha desaparecido, y, hasta cierto punto, en esta esencia que intento describir, puede que tenga razón. La misma razón de los que, desde un sector de la izquierda integrado en el Gobierno, hacían declaraciones justificando sus actuaciones. En medio está quien pretende navegar entre dos aguas para salvar un barco que a ninguno interesa que zozobre. Bildu ha rectificado diciendo que los siete candidatos implicados en delitos de sangre renunciarán a sus actas. Nadie sabe quien les ha obligado a ello. Tal vez solo ha sido la conveniencia ante la alarma de una situación peor. Lo que está claro es que la presencia de los héroes que en su día empuñaron las pistolas y dispararon a la nuca, producirá más beneficio que perjuicio entre un electorado que los añora y los admira. Esto es así, a pesar de que los analistas anden hablando de acomodos legales y legitimidades. Se trata de seguir vestidos de novia, blancos y con encajes, para repetir la boda si se tercia en las próximas legislaturas.