tribuna

El David

Un tribunal italiano ha reconocido el derecho a la imagen al David de Miguel Ángel, después de que apareciera una fotografía en la portada de la revista GQ, con una foto del modelo Pietro Boselli imitándolo, acompañado del título Nuevo Renacimiento. Equiparar una obra de arte a una persona humana es algo sorprendente, pero nada tiene de extraño en un mundo donde la materialización vulgar de los cuerpos está tan de actualidad que un robot, una inteligencia artificial, o cualquier otro diseño digital, puede sustituir al hombre, superándolo en sus capacidades, al menos para aquellas que se consideran valorables en el mercado de los rendimientos. Un hombre hoy vale bien poco. Máxime cuando cada día se demuestra que, tanto en su carácter individual como formando parte de la masa, es llevado a capricho al son de lo que marcan los manipuladores que consideran que su condición personal vale bien poco y su valor solo se encuentra como miembro del engranaje de lo colectivo. En este aspecto debo reconocer que la figura estática y casi eterna del David de Miguel Ángel es más rotunda que la fragilidad de un ser animado movido por los hilos de una marioneta, aunque sea capaz de amar, de sentir dolor, de compadecerse, y hasta de ser solidario movido por el enternecimiento que le produce la desgracia del otro. Ya sé que el mundo está lleno de hombres anodinos que no pueden compararse al David en su perfección, pero son hombres, y el David no lo es. Esto que digo no quita que sea un atrevimiento estúpido anunciar un nuevo Renacimiento con un humano disfrazado de escultura machacada en un gimnasio. Es el síntoma de que estamos en el proceso al revés: el hombre copia a la escultura en lugar de ser ésta la que copia al hombre. En este caso es el humano el que se denigra voluntariamente para jugar el papel de inanimado, que es realmente lo que es para muchos. Podría entenderlo como una denuncia ante tanta alienación, pero no creo que el modelo Boselli y los patrocinadores de su posado estuvieran persiguiendo esta idea. Me voy a detener en Miguel Ángel y su reto de creador de obras perfectas. En uno de sus sonetos dice: “No tiene el gran artista ni un concepto/ que un mármol solo en él no circunscriba/ en su exceso, pues solo a tal arriba/ la mano que obedece al intelecto”. Quiere decir que todo arte está en la mente del que lo crea y su mano ejecuta aquello que le dicta su cerebro. El estúpido modelo se disfraza de lo inanimado para conseguir su gloria, intentando alcanzar así el triunfo que el tiempo le ha otorgado a la escultura. Es decir, se descerebra para adoptar la posición sumisa de quien se transforma en piedra. Hay tantos hombres entregados a estas prácticas que no nos extraña que el tribunal italiano le haya concedido al mármol el tener la consideración casi de una persona, quizá para preservarlo de la avalancha de estupidez que nos asedia. De cualquier forma, esto es preferible al asalto incontrolado de los iconoclastas, como ocurrió con aquel loco que la emprendió a martillazos con la Piedad. El loco del martillo anda suelto por ahí, disfrazado de inteligente artificial y siguiendo los dictados insufribles de la televisión, demostrándole al mundo cómo se puede supervivir en una isla desierta, rodeado de cámaras, de ayudantes, de guionistas y de presentadores, cumpliendo a rajatablas las órdenes de una escaleta. No me digan que esto no es peor que imitar la postura del vencedor glorioso de Goliat para hacer un posado en una revista.

TE PUEDE INTERESAR