tribuna

El laberinto intransitable

Estamos a dos pasos de 2025, el primer cuarto del siglo XXI, con la sensación de que están en marcha cambios extraordinarios. En la víspera, ya todo lo anterior va quedando viejo, obsoleto.
Acabamos de celebrar las penúltimas elecciones de esta cuenta atrás. Ningún paradigma conocido nos sirve para interpretar las urnas, que ya son cosa del pasado. Mañana, tras el 23J, el futuro ni siquiera podemos adivinar cómo será. Pobre de aquel que haga estimaciones con los cánones ya a punto de caducar. Vienen otros.
Europa ahora dirige la mirada hacia España, como hizo en las últimas elecciones en Francia conteniendo la respiración para que Macron fuera el dique de contención de la ola de Le Pen. En Bruselas aprecian a Sánchez más que en una de las dos Españas y temen que el 23J ahonde en el fenómeno de Meloni, que llevó a la extrema derecha al Gobierno en la patria de Mussolini.
No es baladí el contexto en que esto acontece con ciertos paralelismos históricos. Hace 15 meses que en Europa hay una guerra, con Putin domesticando democracias ultraconservadoras en Roma, en Budapest y en Ankara. El 23J español es el siguiente test a superar en la UE, un mundo libre hasta ahora. A la visita de Hillary Clinton la acompaña una ráfaga de Trump, que no es un meme de la memoria, sino el artefacto humano que amenaza con volver desde las profundidades del lago Ness de un mundo en la sala de espera.
La crispación política de los Pirineos hacia abajo no permite tomar distancia y ver el mismo problema que ve toda Europa: la llegada de Vox al poder de la mano del PP no sería una mera alternancia.
En The Guardian han resumido ese grado de prevención con un editorial titulado Europa necesita que la jugada de Sánchez dé sus frutos. Sánchez movió ficha para adelantar las elecciones la noche del 28M como Ding Liren, el flamante campeón del mundo de ajedrez, que otro domingo, un mes antes, se lanzó al vacío con menos de dos minutos en el reloj en una posición diabólica para ganar contra todo pronóstico, como relató Leontxo García.
El diario liberal británico le desea “suerte” al socialista español y le concede éxitos que justifican su buena imagen internacional: “Tiene una historia económica positiva que contar, ya que ha superado la crisis energética y las presiones inflacionarias mejor que la mayoría de países de Europa”. Y reprocha al candidato popular, Núñez Feijóo, que se proclame moderado sin descartar pactos poselectorales con Vox. Europa cruza los dedos, como en abril de 2022 cuando invocaba la victoria del presidente francés.
En la OTAN esperan a Sánchez para suceder a Stoltenberg. Es frecuente en la política internacional que un mismo líder sea visto desde fuera como un adalid y en su país le saquen el cuero. En Nueva Zelanda crujían sin tregua a Jacinda Ardern, la primera ministra que había deslumbrado al mundo con su gestión de la pandemia y su idea de las burbujas sociales que salvó vidas cuando no había vacunas. Sus enemigos no cejaron hasta que acabaron con ella, le amargaron la vida y prefirió a su familia.
El caso de Sánchez es la experiencia cercana a la muerte política más relevante conocida en Europa. Una vez fulminado y cuando Susana Díaz hacía planes de presidenta, resurgió de sus cenizas y llegó a la Moncloa tras la famosa y rocambolesca censura a Rajoy en 2018, que rompió las costuras del sistema político español.
Ahora adelanta las elecciones generales en pleno debate sobre los pactos del PP con Vox para gobernar en autonomías y municipios. De nada le vale a Sánchez enarbolar los logros que le reconoce The Guardian, pues al presidente canario Ángel Víctor Torres de poco le sirvió la hazaña de llevar a las Islas a buen puerto tras una pandemia y una erupción volcánica, logrando una recuperación económica a todas luces sin precedentes. Tras la pérdida del Gobierno, con una de esas paradojas a las que no es inmune la democracia, recibió una ovación el Día de Canarias. Este viernes seguía descendiendo el paro y el economista Álvaro Nadal, exministro de Rajoy, admitía en Las Palmas que la situación económica canaria “es muy buena”. Los altares están llenos de crucifijos.
La propagación de la derecha y ultraderecha en Europa hace buenos los presagios de Steve Bannon, el asesor más ultra de Trump, cuando cruzó el charco para evangelizar el Viejo Mundo. Tras Hungría y Polonia, en Italia ya es una realidad el Gobierno mussoliniano Meloni-Salvini; en Grecia, aunque sin mayoría absoluta, se impuso el conservador Mitsotakis; en la frontera procede como procede el dictador ruso y en Turquía acaba de reengancharse Erdogan. Sobran comentarios. Que Scholz, el canciller alemán socialdemócrata, apoye a Sánchez desde la cumbre europea de Moldavia y Meloni a Vox es todo un precedente y síntoma.
El 23J se parece a un reto con el destino. Si España imita a Castilla y León y gobiernan en la Moncloa Feijóo y Abascal, habría una regresión inédita, que supondría la vuelta al gobierno de los herederos de Franco como en Italia se dijo de los de Mussolini. No es un dilema menor. Sánchez ya gobernó con Podemos y legisló con votos de Bildu y ERC. Falta que el PP dé ese paso, pero con Vox. Atraer a vascos y catalanes soberanistas a la democracia parecía gozar de la anuencia del PSOE y el PP de Aznar y Rajoy, no así del de Feijóo y Ayuso.
En esta campaña se rompió ese consenso tácito y hemos vuelto a echarnos al monte. La derecha y la izquierda han acabado insultándose, y de la plétora extremista de Ayuso se ha pasado al amancebamiento con la ultraderecha.
La llamada nueva política despegó y tocó fondo en menos de una década, y ahora se somete a prueba la suma de la izquierda a la izquierda del PSOE y la fuerza de la extrema derecha, ya no como afluente, sino como una confluencia de poder.
Europa observa la deriva española a estas horas con preocupación. Estamos en el foco de algo que puede suceder y que los dirigentes europeos de buena fe, bajo el pavor de una guerra, desearían evitar a toda costa. Pero no es un laberinto transitable, y hemos entrado en él.

TE PUEDE INTERESAR