La Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife ha impuesto a Gabriel Iván M. D. una condena de 44 años de cárcel y el pago de una indemnización de 200.000 euros por considerarlo responsable de la muerte de sus padres en marzo de 2020 en San Miguel de Abona, al sur de Tenerife.
La indemnización se repartirá a partes iguales entre cada uno de sus dos hermanos y también se determina que no podrá acceder al tercer grado hasta cumplir la mitad de la condena.
El crimen tuvo lugar la noche del 11 de marzo de 2020 en la casa de la víctima, situada en el municipio tinerfeño de San Miguel de Abona.
En su momento el jurado popular determinó que el asesinato se llevó a cabo de una forma especialmente violenta y sorpresiva y por ello aplicó los agravantes de alevosía y parentesco.
Tras escuchar a finales de mayo el veredicto, la Fiscalía elevó su petición de penas de cárcel de 20 a 22 años por la muerte del padre y otro tanto por la madre y el pago de 300.000 euros a cada uno de los otros dos hijos.
La acusación particular solicitaba 25 años y 500.000 euros para cada uno y la defensa lo limitó a 20 años y en cuanto a la responsabilidad civil recordó que el condenado es insolvente.
En total el hijo asestó siete puñaladas a cada una de las víctimas y también intentó degollarlos como habitualmente sacrificaba a los animales que la familia criaba en su finca.
El ataque se realizó primero de frente cuando dio las cuchilladas y luego por la espalda para degollarlos, aunque se descartó el ensañamiento porque la muerte fue rápida.
No se acepta el atenuante de cometer el crimen bajo los efectos de la droga por ser un consumidor crónico de cocaína y para ello se basa en el informe del psicólogo que compareció en la vista, quien declaró que el procesado era consciente de lo que hacía y que podría haberse controlado.
En el fallo se relata que el crimen se cometió cuando, como era costumbre, le pidió dinero a su madre y al negárselo, la atacó mientras el padre estaba en el baño y, al oír los gritos, salió semidesnudo y corrió la misma suerte.
A continuación el ya condenado se hizo con alrededor de 600 euros que su madre llevaba siempre en una riñonera y que era el dinero que ganaba el fin de semana en un mercadillo, robó todos los móviles e incluso el teléfono fijo y cogió el coche del padre.
Metió la ropa ensangrentada y el cuchillo en una bolsa que tiró en un contenedor que finalmente fue llevado al PIRS de Arico, por lo que no se pudo recuperar su contenido pero sí las llaves del coche.
Con lo robado compró más droga en Cabo Blanco, vio a unos amigos a los que confesó lo ocurrido y pasó la noche con una prostituta.
El día 13, como a sus dos hermanos les extrañaba que sus padres no contestaran al teléfono, acudieron por la tarde a la casa y desde la ventana vieron el pie de la mujer en medio de un charco de sangre, ya casi coagulada.
La Policía Local fue la primera en llegar y un agente entró por la ventana y encontró a la madre, luego una serie de huellas de sangre lo llevaron hasta el cuerpo del padre y después acudió la Guardia Civil.
Los hermanos desde el primer momento sospecharon del ahora condenado por sus adicciones y la costumbre de exigirle dinero a la madre que se había agravado en los últimos días. A ello se une que la puerta no había sido forzada y la ausencia de desorden por lo que se dedujo que el autor conocía la casa.
Esa misma noche los agentes lo llamaron al móvil y tras las iniciales reticencias, al final consiguieron citarse con él en una gasolinera.
Después de mantener una charla con él, finalmente de manera informal les confesó el crimen que atribuyó a sus adicciones y a que sus padres continuamente lo comparaban con el hermano. En su bolsillo sólo se encontraban ya 10 euros de los 600 robados.
Tras tres años en prisión provisional, el primer día del juicio declaró que no recordaba lo ocurrido, que se había enterado la semana anterior al leer la prensa local pero que supone que era el culpable porque no había nadie más en la casa, aunque no se acordaba de casi nada.
Al inicio de la segunda jornada de la vista pidió volver a declarar al atribuir las contradicciones del día anterior a los efectos de la fuerte medicación que tomó en la cárcel antes de que lo llevaran a la Audiencia. En esta ocasión respondió “sí” cuando su abogada le preguntó si había acuchillado a su padre y a su madre.
Los hermanos relataron cómo el procesado había cambiado de carácter desde que comenzó a tomar drogas con 20 años, también que fue condenado en dos ocasiones por malos tratos hacia sus parejas y que el padre les había advertido de que cualquier día los iba a matar.
El fiscal insistió en varias ocasiones si los policías habían encontrado rastro de estupefacientes en la vivienda y la respuesta siempre fue negativa, y es que el acusado había relatado que antes de cometer el crimen consumió “medio gramo o un gramo de crack”.
Los peritos médicos explicaron la forma en la que se cometió el crimen y las posibilidades científicas de que él fuera el responsable.
Durante el juicio trascendió que se había ido a vivir a casa de sus padres porque estaba amenazado y no podía estar en la suya o que desde la cárcel envió a sus hermanos dos cartas confesando el crimen y pidiendo perdón, a la vez que un preso en nombre suyo les transmitió el mismo mensaje.
En total el acusado mantuvo tres versiones, en el escrito de defensa se decía que era inocente, en su primera declaración apeló a que no se acordaba de nada y atribuyó lo ocurrido al consumo de droga y finalmente el segundo día ya pasó a reconocer abiertamente el crimen.