tribuna

Recordando a Marcuse

A finales de los sesenta, yo, como otros tantos jóvenes, leía a Marcuse y empezaba a fabricarme el juicio de que tanto la sociedad capitalista como los experimentos comunistas de la Unión Soviética no me servían para dar una respuesta acertada a un mundo libre donde poder desarrollar mi pensamiento. El hombre unidimensional me hizo ver que el ambiente de la industrialización avanzada tendía a la formación de individuos con criterios uniformados y encefalogramas planos. Todo esto a riesgo de que te consideraran un inadaptado. A principios de aquellos años apareció el libro de Arthur C. Clarke, 2001, una Odisea del espacio y el film de Stanley Kubrick. En 1969 el hombre llegaba a la Luna y parecía que aquellas profecías estuvieran iniciando el camino para acabar cumpliéndose, pero todo se paró y nos fuimos por otros derroteros y vino el 2001 y estábamos en el mismo lugar, salvo el creciente poder que le concedíamos al ordenador HALL 9000. El único debate que se mantiene en pie a partir de la novela de Clarke es la amenaza de la colonización de la inteligencia artificial. También la tesis del superhombre, el übermensch de Nietzsche, que invita a pensar que solo unos pocos elegidos serán capaces de liberarse del carácter unidimensional que contemplaba Marcuse para la humanidad. Estamos en 2023 y vamos a peor. Yo sigo siendo un inadaptado underground, y la avalancha de cerebros planos tiende a pisotearme todos los días.

Hace muchos años que dejé de tener veinte y mi mente sigue agitándose con las mismas cosas. Ejercito mi memoria para que nada de lo que he vivido se me escape y comparo los tiempos en la seguridad de que es la única manera de otorgarle cierta coherencia a mi vida y así intentar acercarme a la realidad de las cosas. Lo unidimensional es un monstruo asfixiante que atenaza a la inteligencia para que pueda ser dominada, controlada y manipulada por unos pocos. Cuando estos pocos forman grupos compactos se convierten en un serio peligro, el momento en que la andanada de los catecismos ideológicos pretende invadir todos los aspectos de la vida. El gran descubrimiento social es la aplicación de la tercera ley de Newton, el principio de acción reacción, al comportamiento de los grupos. Esto lo he podido leer en un artículo que hoy publica la prensa donde dice que “las borracheras revolucionarias provocan resacas reaccionarias”. Siempre nos hemos debatido entre la revolución y la reacción, haciendo una dicotomía entre el bien y el mal con ambos conceptos. El lugar común ha sido el carácter unidimensional de los individuos. Ni buenos ni malos, pero tontos. En aquellos años compraba los libros en Jarama, una aventura cultural llevada a cabo por jóvenes comunistas que no habían asimilado del todo a Marcuse, o lo consideraban simplemente lo menos retro que se podía leer sin perder un cierto barniz intelectual. Ya saben, esa figura del postureo que siempre ha acompañado a la izquierda para no dejar de pertenecer a una elite. Nuestro componente unidimensional no ha cambiado y seguimos pensando en que nuestros giros revolucionarios van a ser eternos, que la razón siempre va a estar en un lado mientras el otro estará condenado a la ignorancia, la obsolescencia y la estupidez.

Marcuse me queda muy lejos, aunque yo siga siendo aquel joven lleno de curiosidad, pero lo que aprendía entonces, esa visión relativa de los acontecimientos de la historia, que tan bien me ha explicado Antonio Escohotado, sigue siendo el esquema habitual en el que nos movemos. Cada vez más unidimensionales, cada vez más cerca de ser dominados por el poderoso HALL 9000 de 2001, cada vez más lejos de casa de Pepe el Gago.

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