Anoche asistí a la proyección de Solo una vez, de Guillermo Ríos. Es sorprendente como el cine, su lenguaje de imágenes dinámicas e infinitamente variantes, logra imponerse en el relato de una historia basada en la estructura del diálogo, pensada originalmente para ser desarrollada dentro del escenario de un teatro. En este aspecto Guillermo está a la altura de los más grandes y consigue enriquecer su exposición con aquello a lo que las palabras no pueden llegar, sin convertirse en un auxiliar de lo literario. Esto es realmente difícil y es precisamente en lo que consiste el cine. Es el reto de introducirse en la vida de las personas con todos los sentidos de que disponemos y que a una cámara no le deben pasar desapercibidos.
En este caso, el director se convierte en el intérprete más importante, porque está manejando todos los instrumentos para llevarnos a lo más profundo de lo que quiere contar. Solo una vez es una película que va sobre algo tan recurrente como los malos tratos, o la violencia de género, si lo prefieren, pero nunca se convierte en un panfleto para arrimar adeptos a una causa. Solo una vez significa que para ser violento y desordenado basta con serlo en una ocasión. Es un mundo complicado el de las pasiones. Bertrand Russell dice que los humanos somos un cúmulo de pasiones y de instintos. La civilización es el método para dominarlos pero no lo conseguimos del todo. Por eso, nos sometemos a normas que nos sujeten y acondicionamos nuestra existencia a valores que exijan el respeto como la principal garantía de la convivencia.
En esta película se cuenta una historia trivial, por lo frecuente, que refleja algo tan importante como la disconformidad íntima con lo que somos. Se me ocurre pensar que el escritor, protagonizado por Álex García, no se siente tan defraudado por el hecho de ser engañado por su pareja como por el que lo haga con alguien que se supone que lo supera en la conquista de la fama. Me he quedado reflexionando sobre lo que significa el fracaso, algo que pertenece al ámbito de la normalidad, frente al éxito que solo se da en la excepcionalidad. ¿Cuál es el fracaso de un escritor? ¿Qué no alcance nunca a ser un best-seller? Si atendemos a la estadística, el mundo de los fracasados está formado por la inmensa tropa de los que persiguieron el triunfo, pero la cultura cuenta con ellos como los auténticos impulsores para que el gran cardumen siga adelante. Hay un espermatozoide que fecunda al óvulo, pero esta posibilidad solo se cumple porque en la carrera de la competencia por llegar a la meta hay miles de ellos intentándolo.
El fracaso es, por tanto, un sentimiento que se produce por comparación con los otros, no consigo mismo. Debería ocurrir como en el golf donde cada jugador se enfrenta a las dificultades del campo y no a las capacidades de quienes le acompañan en la partida. El éxito o el fracaso actúan como torturadores en la vida de los creadores, y esto entorpece su trabajo de una manera extraordinaria. No sé por qué he salido de la proyección de la película con esta idea en la cabeza, si apenas tiene que ver con lo que en ella se expone. Pero siempre existe esa traición asociativa que lleva a la mente por territorios insospechados.
El éxito está en superar un reto. Para un corredor de vallas esto se logra cada vez que salta una. Sentarse a escribir cada día lo es, sin necesidad de que los libros que publiques se apilen en las mesas de los centros comerciales. Después la historia se olvida de ellos, y hasta los lectores acaban por no recordar lo que leyeron. Vivimos en un ambiente de memorias efímeras y convertimos a la existencia en una acción de usar y tirar. Incluso lo hacemos con nuestras parejas, como dice Galeano.
Ayer comprobé cómo Guillermo Ríos conseguía conectar con el público que estaba en la sala. Eso fue todo un triunfo. A los que no asistieron les recomiendo que procuren verla si quieren disfrutar de un rato de buen cine. Merece la pena.