El exceso de confianza del PP, avivado por un coro de gurús contagiados de la euforia de sus propios fakes, llevó a Feijóo a desvanecerse en los últimos metros. El 23J era una carrera de fondo, no de velocidad. Feijóo se creyó ganador desde muy pronto por prescripción demoscópica, pero nunca se sintió ganador por méritos propios, y no defendió su ventaja con uñas y dientes. Se dejó ir y se cayó en la orilla.
Cuando este viernes se conozca el voto exterior, se sabrá si Sánchez necesita a Junts. Después transcurrirán acaso tres meses antes de la investidura. Feijóo reclama un derecho que no es taxativo. El rey propondrá al candidato con más apoyos. Todavía asistiremos a algunos epifenómenos. Los más pequeños como Coalición Canaria suelen tener arranques de soberbia trazando líneas rojas que se dan de bruces contra Teguise o Granadilla, en cuanto a Vox. Si Sánchez les asegura que Torres no les va a censurar con el PP (nunca se sabe), se olvidan de la extrema izquierda y besos y abrazos con Yolanda Díaz. Otros escribirán cartas a los Reyes Magos. Y se plegarán. No es ningún secreto que estas elecciones abrirán una crisis en el PP.
El error de Feijóo residió en su pasividad. Siguió las instrucciones del oráculo sin margen de maniobra, como si de un candidato artefacto se tratara, incapaz de salirse del guion. Sánchez, en cambio, hizo lo contrario: se adaptó a las circunstancias, cambió los planes y se empleó a fondo en la recta final, justamente cuando su oponente puso el freno de mano y dio todo por hecho. Le ganó el miedo a perder. Feijóo se sentía favorito y al final se dedicaba a sestear mirando una y otra vez los trackings que le regalaban los oídos. Y todo era un trampantojo.
El big data para influir en el electorado no ha funcionado esta vez, no es infalible. Ya en Brasil, no le bastó esta tecnología a Bolsonaro frente a Lula. En Francia, Macron, no a salvo de las fauces del ruso y sus artes de injerencia electrónica, repitió triunfo ante Le Pen.
En España, los augures más aventajados, conocedores del poder de estas herramientas milagrosas, vaticinaban en la víspera que Feijóo obtendría no menos de 160 escaños. El domingo por la noche se cayeron del caballo.
Lo que hizo Sánchez fue ponerle ganas a la batalla. Era el Zelenski de nuestra ucrania electoral. Y en la práctica ha vuelto a demostrar (otros lo llaman resiliencia) que es la actitud la que cambia el estado de ánimo y de opinión, como insistía desde el siglo pasado William James, padre de la psicología anglosajona. El pájaro no canta porque es feliz, es feliz porque canta, decía. Sánchez ha puesto mucha psicología en este duelo electoral. Mantuvo la calma y la fe, que son las claves para superar la adversidad y crecer.
El nadador Michael Phelps, por consejo de su entrenador, cerraba los ojos todos los días al despertar y se imaginaba haciendo la mejor carrera nadando de la historia. Es el arte de la visualización, ante el cual la ciencia se ha rendido y hoy es un arma poderosa de los triunfadores natos. Este domingo hemos visto un buen ejemplo de ello.
El ya célebre manual de resistencia de Sánchez ha sumado un nuevo capítulo en esta ocasión. Feijóo, a medida que la campaña avanzaba, se fue volviendo más arisco. Era un hombre adusto enfadado con una periodista en televisión. Sánchez buscó la complicidad de los jóvenes influencers y no dejó de sonreír repitiendo aquel mantra de “la remontada”. Como establece un paradigma boxístico, sobre el ring tiene ventaja quien tiene más hambre de ganar. En el último round de esta campaña, Feijóo parecía un boxeador estático al que le habían asegurado la victoria de antemano. Y se lo creyó.
Si en aquella entrevista en DIARIO DE AVISOS del 2 de julio Sánchez ya nos había hecho pensar con su profecía ahora autocumplida (“El 23J daremos una alegría a Europa: España frenará a la ultraderecha”), al cabo de las elecciones no cabe otra que reconocerle el éxito de su aserto.
Sánchez vence a las encuestas investido de una responsabilidad histórica: evitar a España y Europa una segunda Italia con la ultraderecha en el poder. Europa se lo agradecía ayer. Feijóo había dado suficientes pistas de que sería capaz de pactar con Vox, si sumaban, como ordenó hacer en autonomías y ayuntamientos tras el 28M. Asustó a los modelados y dejó huérfano el centro.
Sentirse ganador antes de tiempo (“vender la piel del oso antes de cazarlo”, le espetó Abascal la misma noche electoral); creerse ungido por la historia al exigir gobernar como predestinado a ser la lista más votada; contradecirse sin pudor en la naturaleza de su amistad con un contrabandista-narcotraficante, lo uno tras lo otro cual lamentable exoneración; mentir en gruesas consideraciones sobre la economía y el espionaje de Pegasus; hacerlo sobre la revalorización de las pensiones en el debate de Atresmedia y la entrevista de TVE ante las réplicas de Silvia Intxaurrondo; enfangarse en el “que te vote Txapote” sin dos dedos de frente, y, por último, huir del debate que moderó Xabier Fortes en RTVE, dieron por resultado el bochorno de este domingo. Un ganador condenado a hacer las maletas.
Vestida de fucsia en la terraza de Génova, Isabel Díaz Ayuso fue aclamada por los seguidores del Partido Popular cuando Feijóo daba su arenga de la victoria amarga. El coro llegó a interrumpir al líder y todos tradujeron el mal gusto de la consigna, provocada o espontánea. Si Feijóo ha de enfrentarse a su némesis en el partido por no conseguir a la primera llegar a la Moncloa, estaríamos ante un agravio monumental si repasamos las biografías de Aznar y Rajoy antes de que lograran ser presidentes.
Pero nadie niega que esa es la espada de Damocles de Génova. A Ayuso se le queda chico Madrid y solo vive, al parecer, para enfrentarse a Sánchez. Con esa idea fija pasó por encima de Casado y ahora ha encendido el semáforo en rojo en el balcón.