cuadernos de la periferia

España es mucho más diversa que
el relato de la derecha española

Hace unos diez días, el periodista Juanlu Sánchez, subdirector de eldiario.es, dedicó el podcast que dirige a que los lectores del periódico contaran cómo se sentían ante una posible victoria de PP y Vox en las elecciones generales del 23J. Entre los distintos testimonios, me llamó la atención el de una señora que expresaba su extrañeza por un malestar y angustia que, decía, no le habían provocado las victorias de José María Aznar y Mariano Rajoy.
A mí me ha ocurrido algo parecido: a pesar de la dureza de la oposición del PP en esos años, la victoria de José María Aznar en 1996 fue la consecuencia lógica del desgaste de 14 años de Gobierno socialista de Felipe González, y la mayoría absoluta del año 2000 fue el premio a una gestión exitosa durante su primer mandato, donde fue capaz de entenderse con los nacionalistas catalanes, vascos y canarios y de impulsar un crecimiento económico que entonces encandiló a la ciudadanía, aunque años después descubriéramos que se asentaba, en parte, sobre las bases endebles del ladrillazo que luego hundió nuestra economía.
El triunfo de Rajoy en 2011 fue la respuesta de la ciudadanía a la crisis de 2008 y a la gestión errática del Gobierno de Zapatero, incapaz de contener los efectos de la Gran Recesión y obligado a aplicar algunos de los recortes que Europa le exigió a partir del año 2010, con el país endeudado, la prima de riesgo desbocada y el empleo desplomándose. Pero estas elecciones del 23J iban de otra cosa. Entre otras, de determinar los contornos morales en los que se debe mover la crítica política.
En lugar de ofrecer un programa alternativo, el PP y Vox se han dedicado, durante esta legislatura, a propagar un discurso trumpista construido con la complicidad de opinadores, youtubers e influencers con un notable alcance en redes, medios y páginas de distinto tipo. Un discurso que no era tanto una crítica a medidas y errores, sino una descalificación global y total del Gobierno de coalición donde cada política progresista era desacreditada sin piedad para confirmar una idea preconcebida de antemano y sin discusión posible: que el Ejecutivo de Sánchez era, en realidad, la encarnación del Mal absoluto.
Sin embargo, las elecciones del 23J nos han revelado que esa derecha apabullante que parecía hegemónica no lo es y que España es un país diverso donde no todo el mundo asume una narrativa que parecía imparable gracias a encuestas afines y a la intoxicación ambiental.
Con casi un millón de votos más que en 2019, difícilmente podrá decir el PP que el PSOE liderado por Sánchez es un partido donde no se reconocen su votantes, pues siguen apoyándolo, al contrario de lo que ha ocurrido con otras formaciones históricas del socialismo europeo, como el Pasok griego o el PSF francés.
Evidentemente, habrá gente que votó en su día al PSOE y que ya no lo hace -de hecho, el propio Feijóo dice haberlo hecho en el año 1982-, pero eso no significa que haya dejado de ser el partido de referencia de amplios sectores del centroizquierda. Ni que el PP, derechizado hasta la extenuación entre el ayusismo y sus pactos con Vox, vaya a alcanzar una posición de centralidad mediante la simple demonización populista de Sánchez, en lugar de ofrecer alternativas para este país.
En ese mensaje que devuelven las urnas, parece que a los votantes del centroizquierda no les resulta aberrante negociar con el nacionalismo catalán con respeto a los límites que pone la Constitución. Y que la arriesgada política de distensión en Cataluña, indultos incluidos, es razonablemente comprendida, pues le ha dado al PSOE frutos evidentes en esa comunidad y no lo ha aniquilado electoralmente en el resto del territorio español.
Tampoco parece que los electores del PSOE consideren disparatado pactar cuestiones puntuales con la izquierda abertzale de EH Bildu, un espacio aún inmerso en su proceso de normalización democrática, pero que no es ETA, que se disolvió ya hace unos años. Como demuestra el caso vasco -pero también otros lugares como Irlanda del Norte-, este tipo de procesos son bien complejos y quedan muchas cuestiones pendientes. Pero no estamos igual que hace 15 años.
Del mismo modo que Martin McGuinness, en su día uno de los líderes del IRA, pudo convertirse luego en viceprimerministro de Irlanda del Norte en un Gobierno compartido con su archiantagonista, el unionista y reverendo protestante Ian Paisley, el papel de EH Bildu en la política española está cambiando sustancialmente en estos años.
Tenemos unos meses muy complicados por delante y resulta imposible imaginar el futuro. Pero hemos comprobado este 23J que quienes no comulgan con el discurso maniqueo de la derecha sobre este país no son una minoría arrinconada. Que el trumpismo cañí de PP y Vox activa a sectores sociales que se rebelan contra aquellos que quieren colocarlos en la antiEspaña. Que el centro-izquierda español es mucho más amplio que lo piensa Felipe Gonzalez. Y que la política se construye discutiendo, deliberando, no a base de mentiras y relatos que solo sirven para enlodarlo todo.

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