tribuna

Hablar de política

Escribe Coradino Vega en El País un artículo titulado “Tenemos que hablar más de política”, donde dice: “Quienes conservamos memoria tenemos la obligación de no callar en los claustros de profesores, los centros de trabajo y los círculos de amigos”. Está bien, aunque en mi experiencia diaria he notado que la gente prefiere que no le hable de eso y los entretenga con el anecdotario de los borrachos de antes, del origen de las folías o de mi abuelita la pobre los trajes que usaba.

Decididamente la memoria sirve para cosas bien distintas y solo se puede emplear de forma correcta si lo hacemos de manera unidireccional, como todo lo que se nos presenta en un mundo de dicotomías en el que la corrección se practica en un solo sentido y lo demás es insidia y falsedad. Vivimos dos mundos diferentes y uno es condenable y el otro no. Me gustaría estar en el pellejo de los que creen en las encuestas de Tezanos.

Los que se dejan entusiasmar por la euforia pretendidamente contagiosa de un sondeo que les marca el camino de la victoria mientras el resto asegura todo lo contrario. ¿Qué se consigue con eso? ¿Qué se pretende acusando a los periodistas de rebeldes disidentes cuando no se prestan al asentimiento de la única verdad? ¿A dónde queremos llegar uniformando a la memoria para que todos piensen y recuerden las mismas cosas?

Aunque Coradino Vega diga que tenemos que hablar más de política, mi sensación es la contraria: que es arriesgado hacerlo si observas al mundo desde la imparcialidad. Afortunadamente esto que digo forma parte del decorado recomendado para una situación excepcional, algo bastante alejado de la banda de música tocando sobre la cubierta del Titanic. Ayer vi, en la Asamblea de Madrid, cómo la oposición recibía con cariño a Isabel Díaz Ayuso después de su aborto.

Estuve años en política y esto siempre fue lo habitual, aunque después se siembre el odio por las calles y ahora se inunden las redes con insultos. El ambiente de las convicciones políticas es muy exigente porque la lealtad no permite tener otra visión que la opuesta a la del contrincante.

George Lakoff hablaba hace tiempo de una especie de biconceptualidad que nos haría adoptar soluciones diversas ante problemas diferentes. En algunos sitios lo han intentado y se han producido etapas de estabilidad y de progreso altamente reconocibles. Nosotros, en España, lo conseguimos durante un largo periodo de años como consecuencia de la Transición, un esfuerzo por unificar la memoria hasta que a alguien se le ocurrió utilizarla como arma arrojadiza.

A partir de ahí vivimos con la inquietud como compañera de viaje. Con la inquietud y con la incertidumbre, que ha pasado a ser un estado social aceptado con normalidad. Todos los españoles sabemos en qué tiempo estamos viviendo. También sabemos que lo podemos superar y convertirlo en algo mejor. Lo saben en todas las ideologías aunque todas pretendan sacar beneficio del río revuelto, siguiendo esa teoría de que en el agua hirviendo hay un desprendimiento de burbujas que no saben a dónde van y se crea la oportunidad de poderlas captar. A veces ocurre que se desplazan a donde nadie imaginaba que lo podían hacer y se presenta el desastre por no controlar una situación caótica.

No sé si esto es hablar de política en los términos que se refiere Coradino Vega. Me temo que no, pero, por si acaso, me atrevo a dar mi opinión a pesar de que cada día reconozca que no debo hacerlo en el sentido que lo hago. La neutralidad es difícil de ejercer, sobre todo en un ambiente en el que impera aquello de que el que no está conmigo está contra mí.

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