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La pulsión suicida de la derecha

Desde los tiempos en que los liberales doctrinarios se enfrentaban a los liberales progresistas y Cánovas se turnaba con Sagasta, la derecha española siempre ha sido cainita y fratricida; ha sufrido una pulsión suicida, que ha terminado por volar desde dentro sus intentos de configurar organizaciones partidistas unitarias. Esa circunstancia explica que sus partidos actuales hayan sido fundados -y refundados- hace relativamente poco, mientras las formaciones representativas de la izquierda -el PSOE y el Partido Comunista de España- puedan exhibir una ejecutoria de una muy superior antigüedad. En la Segunda República, por ejemplo, la propia denominación de la Confederación Española de Derechas Autónomas, (CEDA) de Gil-Robles, ya lo dice todo. Y no es preciso recordar la destrucción -voladura desde dentro- de la UCD, de Adolfo Suárez, por sus barones de infausta memoria. Por el contrario, la izquierda protege a los suyos y siempre está dispuesta a pactar un Frente Popular, porque tiene muy claro que la prioridad es alcanzar el poder al precio que sea para, entonces, destruir las instituciones que consideran ilegítimas por capitalistas y pequeño burguesas. Desde esta perspectiva, la ejecutoria de Pedro Sánchez y su gente es de libro. La desaparición de la UCD y el fracaso del CDS obligó a la Alianza Popular, de Fraga Iribarne, a un viaje al centro que no ha concluido todavía, y a una refundación como Partido Popular que parece tiene que ser repetida para intentar olvidar -maquillar- la intensa corrupción que protagonizó toda una generación de dirigentes del partido.

Y ya desde su fundación, el Partido Popular se caracterizó por la guerra fratricida permanente que se desarrolla en su interior, una guerra en la que las fracciones en conflicto se comportan como feroces e implacables enemigos: Rajoy contra Aznar; Cospedal contra Soraya; Ruiz-Galladón contra Esperanza Aguirre; Casado y García Egea contra Díaz Ayuso; Núñez Feijóo contra Casado; todos contra el tesorero Bárcenas; los valencianos de Camps contra Camps; y así sucesivamente.

Por si fuera poco, algunos de sus militantes de la derecha más radical se escindieron en un nuevo partido, Vox, sin contar con el cual no parece posible plantearse gobernar ni en el Estado ni en las Autonomías, porque se ha convertido en la única alternativa de pacto viable para Feijóo. Y en el centro surgió Ciudadanos, un proyecto fracasado, como todos los proyectos de la derecha liberal centrista española, al que Inés Arrimadas convirtió en una caricatura de partido con el que algunos pretenden seguir jugando a las casitas.

La presidenta Díaz Ayuso es el mayor –y mejor- activo electoral de los populares, a la que los celos de Casado le hicieron la guerra e intentaron enfrentarla al alcalde madrileño. Tiene una proyección social y un saber hacer político muy superior a los de Núñez Feijóo, y, hoy por hoy, a diferencia del torpe y titubeante presidente de los populares, al que sus barones -y baronesas-, junto con Vox, están ninguneando y poniendo en continuos aprietos, sería la única candidata que tendría la seguridad de ganarle unas elecciones a Pedro Sánchez. En La Moncloa, entre dosis masivas de demagogia y populismo, aderezadas con mentiras y ficciones, se alegran mucho de no tener que debatir con ella.

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