tribuna

OTAN, ¿una historia de éxito?

Angela Merkel, Barak Obama y Vladímir Putin departían animadamente en la terraza de un restaurante de la Friednchstrasse berlinesa. Pese a la distancia, la pared del edificio rebotaba con nitidez sus palabras hacia la acera. Hablaban del final de la guerra fría y elogiaban el liderazgo de George H. W. Bush (Bush padre) y Mijail Gorbachov en la Cumbre de Malta de 1989 cuando se conjuraron para que una vez disuelto el Pacto de Varsovia el bloque occidental no se moviera hacia el Este y que el territorio OTAN terminase en la Alemania unificada, de manera que entre la OTAN y Rusia quedara un numeroso grupo de naciones que serían algo así como Suecia y Finlandia.
Escuché absorto. Era una clase de Historia contemporánea dictada por algunos de sus protagonistas en una calle de lo que había sido el Berlín Este durante la Guerra Fría, donde Putin trabajó para la KGB y muy cerca de la casa del distrito Berlin-Mitte donde ahora vive Angela Merkel.
En la conversación recordaron la comparecencia conjunta de Bush y Gorbachov en Malta, en diciembre de 1989, cuando el entonces presidente de la URSS dijo que se iniciaba un largo camino hacia una era pacífica y duradera y que la amenaza con la fuerza y la desconfianza, la lucha ideológica y psicológica debían quedar como cosas del pasado. Valoraron la grandeza política de Bush y coincidieron en que para los intereses de EE.UU. quizá habría sido más rentable incorporar a la OTAN a los antiguos países satélites de Moscú, pero que, a pesar de la presión del complejo industrial militar de EE.UU., el presidente Bush había decidido sacudirse viejos tics de la Guerra Fría y apostado por crear espacios de confianza y reducir los arsenales nucleares.
Elogiaron también a los sucesores de Bush y Gorbachov porque, según decían, se habían mantenido en el compromiso de Malta. Y me pareció entender que, entre risas, comentaban que el presidente Bill Clinton tuvo la tentación de salirse del guion de su antecesor, pero que, en la fase de exaltación de la amistad de una gozadera con Boris Yeltsin, le había jurado amor eterno a su colega ruso y renunciado también a la expansión. De golpe me sobresaltó un atronador ruido ¡Buuuum, buuuum! que hizo temblar los cristales de la ventana y sacudir con fuerza alguna puerta mal cerrada. Aturdido y desorientado encendí la luz. Merkel, Putin y Obama se habían esfumado. Consulté la agenda en el teléfono móvil y leí “hacer crónica previa de la cumbre”. Después supe que el estruendo que me devolvió a la realidad lo produjeron dos cazabombarderos F18 españoles en vuelo rasante desplegados en la raya de la frontera rusa.
Cuando logré salir del sopor escribí la nota con el guion que había preparado la noche anterior. Los mandatarios de la OTAN inician hoy en Vilnius (Lituania) una reunión al más alto nivel para marcar objetivos a una organización que en 2019 estaba en estado de muerte cerebral según el diagnóstico del presidente de Francia Emmanuel Macron y que hoy, julio de 2023, cuenta con 30 miembros, el doble que al finalizar la Guerra Fría y con lista de espera de países que quieren incorporarse a la Organización. ¿Una historia de éxito?
Si la OTAN fuese, pongo por caso, una multinacional agroalimentaria participada por empresas de EE.UU., Canadá y una treintena de países de Europa, el espectacular incremento del presupuesto y la ampliación de socios sería sin duda un gran éxito. Pero es una organización defensiva y su objeto garantizar un espacio seguro en el ámbito territorial del Tratado. Con la guerra a las puertas de Europa, la tensión interna en Rusia y en las fronteras con sus vecinos y la crisis global subsiguiente, hablar de éxito sería un sarcasmo. La supremacía militar es otra cosa y los réditos tecnológicos y comerciales del supuesto éxito se reparten de manera desigual entre los socios. Y si no, que se lo pregunten a la industria española, que no fue invitada el mes pasado a la reunión de proveedores de material militar. O reparen ustedes donde compra ahora Europa el gas natural licuado que sustituye al anterior y más barato gas ruso.
El mundo onírico de la terraza de la Friednchstrasse se desvanece ante la realidad de la pesadilla que vivimos. Sueño despierto que algún día una Rusia sin putines tendrá asiento en la mesa de la Comunidad Política Europea. Entonces habrá triunfado el espíritu de Malta.

TE PUEDE INTERESAR