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Viejo solitario

Con la edad, me he convertido en un tipo solitario. No aguanto a nadie mucho tiempo y me he acostumbrado a estar solo, con la pequeña/gran compañía de Mini, que me mira a los ojos más que agradeciéndome algo, por miedo a que le ponga el colirio. La soledad tiene ventajas e inconvenientes: puedes ver el programa que te dé la gana, dormir a lo ancho en la cama, escuchar la música que te plazca, no tener que ir al cine, ni hacer viajes indeseados. Si me apetece escuchar a Perales, nadie me lo va a impedir y si quiero ver una peli americana de tiros, la compañía no me da el coñazo para que ponga una serie española. Pero, claro, la soledad tiene un precio y no es barato. Yo he estado acompañado y he estado solo y el balance es raro, porque he tenido muy buenas y muy malas compañías; no sabría decir quién va ganando, aunque sí sé quién quiero que gane. Cada vez avanzo más hacia la carruchez, que es la palabra vulgar de senectud. Todavía me lavo yo el culo y quiero desaparecer antes de entregarle la esponja a alguien, como un boxeador noqueado. Recibí los piropos de la doctora cuando me hicieron el examen médico para renovarme el carné de conducir y estoy harto de escuchar que tengo un aspecto estupendo. Sólo yo sé cómo me encuentro por dentro y por dónde coño va la procesión. Uno está como está, nada más que eso, y también ignoro si la soledad es capaz de apuntalar el cuerpo humano o de derribarlo, supongo que, al decir del mago, habrá de parte y parte. Estas reflexiones estúpidas no las haría si tuviera algo de qué escribir, pero dense cuenta de que ahora entra Clavijo a gobernar, que no da mucho. Y lo de Rusia está manido. A la mierda.

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