Los veranos son un destiempo, tienen su propia aleación de elementos peculiares. Pero este ha dado un salto evolutivo. Es otra cosa. Contiene dosis de calor extremo desconocido, incendios de otra galaxia. Ha habido elecciones y tiene gol. No podemos fiarnos. Parece verano, pero es distinto. Es como la estación donde paran todos los trenes. No lo vamos a olvidar nunca.
Y cuando se reanude la vida con normalidad, lo que recordaremos no serán los días de playa y lectura ni el sosiego que asociamos a los intervalos estivales. Esta vez el slow life nos ha salido rana.
Ni esto tiene pinta de ser un verano convencional ni podemos llamarnos a engaño. De acuerdo, no equivale a la pandemia de 2020-2022, pero este verano de 2023 por el que transitamos tiene pólvora propia, efectos especiales, avisos a navegantes a tutiplén. No, no podremos quitarnos de la cabeza jamás al ínclito, el verano del 23, el de los colmillos afilados y los tridentes de punta fina. Que nadie ignore las revelaciones que nos ha hecho este confidente dinosaurio de agosto en mitad -no podemos pasarlo por alto- de la espada de Damocles de la guerra de Ucrania y de esa otra que avanza como un fantasma y ya está aquí, en Tenerife, en Hawái, en Canadá, en múltiples rincones del planeta: el cambio climático. Nuestro llano en llamas (robemos el título del mítico libro de cuentos de Juan Rulfo, editado en septiembre de 1953, hace 70 años).
¿Qué ha hecho agosto del 23? Salir del armario. Desde este instante no volvamos a hablar del calentamiento global como de una amenaza para 2050 o finales de siglo. Los incendios forestales son las orejas del cambio climático.
A partir de ahora le iremos viendo los ojos, la boca y el resto. Ya no es un monstruo en nuestra imaginación. Este verano ha sido como un parto. Lo hemos visto tomar forma.
El famoso margen de incremento de calor medio global de 1,5 grados sobre la era industrial (1850-1900) previsto para finales de siglo ya es una realidad este verano en buena parte del mundo. Ese era el objetivo sagrado de la comunidad internacional tras el Acuerdo de París en 2015: como máximo, dos grados de aumento de las temperaturas. De manera que es posible que tan solo nos separe 0,5 grados de la frontera irreversible. Ya decía que no es otra pandemia, pero se le parece. Estamos hablando de este verano, de las pavesas de una isla que arde como si lo hiciera en nombre de todos los sitios a la vez como una señal de alarma de la que se hace eco The New York Times. Es el Fuerza Tenerife de Pedri tras marcar un gol.
Nos ha tocado en los inicios de esta década lidiar con el volcán y el fuego, la erupción de 2021 y el incendio de nuestra corona forestal este 2023. El volcán no lo prendió nadie, pero las llamas sí y la justicia debe hacer su trabajo cuanto antes.
No es el peor verano de nuestras vidas, como decíamos de aquellos años que vivimos con el susto de la recesión en el cuerpo. Tendremos buenos recuerdos también de agosto del 23. España ganó el Mundial femenino y se hablará de la polémica del beso de Rubiales. Haremos memoria de la legislatura que arrancó este mes. Y, en fin, si el incendio culmina dentro de un orden, nos quedarán retazos de historias de héroes y las cómplices muestras de simpatía entre los vecinos y los pilotos de los hidroaviones, que son aplaudidos en el muelle de Santa Cruz como a los sanitarios en los balcones aquellas tardes a las ocho en la primavera de 2020