Magüi Rodríguez Fajardo ha publicado un libro en Amazon que me parece espléndido. Se titula La Grieta, y va de esa vida no confesable del interior de las personas. No explica directamente cuál es el proceso de la creación artística, algo que los escritores delatamos de forma imprudente con más frecuencia de la debida, sino que lo deja caer sutilmente, como una lluvia suave que moja pero no cala. Yo agradezco que, de vez en cuando, la gente se olvide de los cursos de escritura y se dedique a escribir libros que nos enseñen a escribir bien.
Un torrente de palabras puede sorprender por un momento, como una de esas músicas obsesivas que nos llevan a un tarareo obsesivo pero después se olvidan con facilidad. A esa verborrea hay que fijarla para que no se escape su contenido, como hacen los toreros en la plaza recibiendo al bicho con algunas revoleras desordenadas, para después dejarlo clavado en el lugar donde hay que desarrollar la faena. Esto es difícil. Necesitamos de exposiciones amplias y estéticas, pero hay que saber atajarlas para que no se nos vayan a sestear por los territorios exclusivos de la belleza.
La literatura es un mundo de contrastes y hay que administrarlos para que la imagen no se nos pierda en una mera exposición de técnicas, como en la fotografía. Magüi entiende de esto y sabe dónde hay que poner el foco. En su libro se habla de pintura, de fotografía y de música, y de la relación que tiene el proceso creativo con un cierto desorden cerebral que, los que entendemos de esto, sabemos que es apariencia calculada. En el fondo, la mente funciona con asociaciones que no controlamos, con la libertad de la imprevisión. Por eso reconocemos como familiar el retrato de un proceso al que nos sentimos tan íntimamente ligados. Se puede construir un discurso sólido y seguro reflexionando sobre la inseguridad.
El libro está perfectamente escrito, pero considero que esta afirmación no hace otra cosa que confirmar una condición necesaria, y por ello llena de trivialidad. Nadie lee un libro solamente por eso. Es como exigirle a un coche que camine, a un piano que suene, o a un teléfono que nos comunique con alguien al que no tenemos delante. Un buen libro debe ser considerado desde otros aspectos: esos que provocan sensaciones misteriosas capaces de trasladarnos a un escenario que no imaginamos, y provocar que nos quedemos instalados allí tan placenteramente.
Vivimos un mundo de consumos estúpidos, carente de sorpresas, donde los éxitos lo son si coinciden con la acción de las tijeras que cortan todas las cosas de la misma manera. Es raro que hallemos algo que se salga de estos moldes. Cuando aparece es como si descubriéramos la posibilidad de librarnos de la vulgaridad. Puede ser que describiendo un ámbito asfixiante estemos evidenciando que lo que nos rodea es más asfixiante aún, y actúa como un generador de confianza para poder evadirnos de esa circunstancia.
El libro de Magüi está muy bien estructurado, con la dificultad que entraña hacerlo en un conglomerado de abstracciones perfectamente localizadas dentro de una realidad desarrollada en el límite del precipicio de la ficción. Después de leerlo estoy imposibilitado para desplegar todos los tópicos de los que se vale la crítica. En más, no quiero hacer una crítica ni una recomendación. Solo decir que me ha gustado mucho, por si les vale a las personas que coinciden con mis preferencias. Aparte de esto, Magüi es mi sobrina y la quiero mucho. No le voy a preguntar cómo ha hecho para llegar a escribir tan bien.