Si el titular de la candidatura más votada en unas elecciones generales tuviera un derecho preferente a ser investido presidente del Gobierno, como pretende Núñez Feijóo, no sería necesario el confuso artículo 99 de la Constitución o, al menos, vendría redactado de una manera muy diferente. Por el contrario, del tenor literal de este precepto, que prescribe una ronda de consultas del Rey con los representantes de los diferentes grupos parlamentarios, se desprende inmediatamente que debe proponer al candidato que tenga asegurados los escaños suficientes, con independencia de si ha ganado las elecciones o no. Feijóo ha insistido en intentar la investidura por ser el candidato más votado, hasta el punto de presionar al monarca para forzar su designación, aunque no tiene -ni tendrá- los cuatro escaños que le faltan. En el pasado se dio la circunstancia de que el candidato más votado era también el que contaba con los escaños necesarios, pero el sistema de partidos español ha variado sustancialmente, y ahora mismo solo Pedro Sánchez tiene posibilidades reales de alcanzar esos escaños necesarios. Un indicador concluyente ha sido el resultado de las votaciones para elegir a la presidenta y al resto de la Mesa del Congreso de los Diputados (cuatro vicepresidentes y cuatro secretarios), que puso de manifiesto la solidez de la entente social comunista y nacionalista. Todos recordamos aquella situación políticamente embarazosa cuando, al acabar de despachar con Rajoy, el Rey lo propuso como candidato a la investidura y, sin solución de continuidad, el líder popular declinó el ofrecimiento por falta de apoyos. Se supone que el monarca interpretó la disposición constitucional en el sentido de que tenía que proponer a alguien y no podía declarar que, en ese momento, no estaba en condiciones de proponer a nadie. Una interpretación a nuestro juicio equivocada. No hay nada en el precepto que impida una manifestación real en ese sentido, un sentido que, por ejemplo, hubiera sido el procedente en el escenario actual, en el que Núñez Feijóo no tiene ninguna posibilidad y Pedro Sánchez y su gente no han concluido sus negociaciones. La nueva presidenta del Congreso de los Diputados le ha concedido a Núñez Feijóo un mes para preparar su investidura, un mes en el que el candidato popular nos tendrá a los ciudadanos de este país secuestrados como rehenes y condenados a tener un Gobierno en funciones, sin posibilidad alguna de conseguir esa investidura. Ya el primer día de su aventura reconoció que probablemente no podría alcanzar los cuatro escaños que le faltan, y aseguró que su fallida investidura sería la primera piedra de un nuevo Gobierno futuro. ¿De qué Gobierno? ¿Del Gobierno que Pedro Sánchez formará en breve o del que repetirá dentro de cuatro años? Porque la única primera piedra involucrada en este asunto es la que, ante su fracaso, pueden lanzarle desde su propio campo al líder popular. Ha ido a una investidura fallida por razones internas de su propio partido y de imagen, pero, a lo peor para él, puede no ser suficiente. No parece probable que lo veamos como líder de la oposición durante cuatro largos años, condenado a no derogar nada y a la compañía de un Vox cada vez más exigente y menos defendible. Y de Isabel Díaz Ayuso.