Cuando agosto entró por la puerta estábamos en España en medio de una batalla. Y seguimos en ella. Las elecciones se habían celebrado y quedaba lo peor de esa guerra, la batalla final, la investidura. Pero agosto traía una tanda de regalos, y entre ellos la tercera ola de calor, y comenzó a despacharlos como quien cumple con su deber. Hablamos de verdades incómodas, como decía Al Gore. La verdad incomoda como una ola de calor. En Abades (Arico) comienzan a rodar una película sobre la Tierra ya devastada por el cambio climático.
Lo que venimos padeciendo desde que irrumpió el verano no es una mera ola de calor tras otra. Esto es otra cosa. Julio ha sido noticia mundial al convertirse en el mes más caluroso de la historia de la humanidad. Agosto se ha picado y huele a remontada. Este calor es de otro mundo, ya hemos superado las peores previsiones del Acuerdo de París respecto a la era preindustrial y algunos expertos hablan en voz baja de que este verano hemos cruzado la línea roja adentrándonos en un territorio climático desconocido. Según declaró a EL PAÍS Jim Skea, un académico escocés recién designado presidente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas, la organización científica más importante que se ocupa del tema, “en la historia humana, el mundo nunca antes había registrado estas temperaturas”. Incluidas, sin duda, las que se han alcanzado en la olla política española.
Bien. Agosto es una bomba de calor. De insufribles noches ecuatoriales.
Lo que trae a colación, ya no solo el ecuador terrestre, sino el Ecuador del magnicidio de este miércoles. Allí abrieron fuego contra un candidato presidencial los sicarios del narco; hemos podido ver la escena, que sobrecoge en toda su secuencia, del periodista y político Fernando Villavicencio, paladín de una campaña inmoladora: Es tiempo de valientes. Lo vemos dar los últimos pasos de su vida, protegido por escoltas, entre una marea de gente tras un mitin en Quito, y cuando ya parece a salvo y agacha la cabeza y entra en el coche para irse, se desata, como dicen en América, una balacera y lo matan. En Ecuador gobernó el llamado socialismo del siglo XXI, del controvertido Rafael Correa, y el actual presidente conservador, Guillermo Lasso, acusado de corrupción, había disuelto el Gobierno y el Parlamento y convocado elecciones bajo un decreto escaramuza conocido con el nombre de muerte cruzada. Un nombre que ni pintado.
Los caminos de agosto son inescrutables como los del Señor. El próximo 24 se cumple un año y medio de la invasión de Ucrania, que abrió una etapa marcada a fuego. Es cierto que hay otros casus belli, como estamos viendo en Níger, Etiopía o Burkina Faso. Pero Ucrania es una pequeña gran guerra, a las puertas de Europa, que amenaza hacer saltar todo por los aires. Hemos pasado un año y medio a orillas del miedo, que fue la palabra elegida por el papa Francisco ante un millón y medio de jóvenes en Lisboa. “No tengan miedo”, les dijo, “ustedes son como la lluvia de una tierra reseca por mil males”.
Esa guerra, que no sabemos quién va ganando, pero sí quien no está perdiendo, ha tenido capítulos grotescos, como el golpe de Estado de Prigozhin en Rusia -que ya figura en los anales burlescos del género junto al tejerazo-. Y un día se acabará como los rayos, las tormentas, las pandemias y las olas de calor. Las ansias de grandeza con el sello putinesco no defraudan, viendo, en medio de su impotencia frente a Kiev, fardando de sonda espacial hacia los hielos de la Luna nunca explorados por nadie.
El calor no distrae. Aherroja los sentidos mientras asistimos a una sucesión de hechos en caliente que confluyen este mes bajo temperaturas inauditas. Para vivir en una montaña rusa no lo hacemos tan mal. Se necesita templanza, algo que tenemos que agradecer a esta época tumultuosa. Es una maravilla cuánto nos hemos entrenado en arrostrar riesgos probables y tremebundos. Desconocíamos esa virtud en nosotros. Ahora sí que podemos sentirnos libres, porque no hay mayor prueba de fuego (digamos acorde con el tema que nos ocupa) que demostrar naturalidad y aplomo ante la peor de las vicisitudes. “La clave está en la trascendencia de uno mismo, en el olvido de sí y en centrarse en una misión que dé sentido, alegría y sabor a la vida” (Viktor Frankl, autor de El hombre en busca de sentido, muy recomendable). Que Putin toque la mejilla fría de la Luna y nos deje tranquilos aquí abajo, donde la cosa está que arde.
Es cierto, sobrenadamos los prolegómenos de la nueva legislatura española como si lloviera sobre mojado, ahora que España y la política son más bien un secadal. Y miramos hacia La Mareta -nuestro castillo encantado, donde pernoctaron estadistas que salvaron al mundo antes- con un ojo y con el otro a Madrid, que está que hierve antes de que se pronuncie el rey. ¿Qué va a pasar? ¿Habrá amnistía para el procés? ¿Se romperá Vox? ¿Se cuece, como dicen, una crisis gorda en el PP? La realidad que se fundó a principios de esta década se rige por sobresaltos, así que está haciendo su agosto. Todo es un continuo calentón.
Las imágenes hablan por sí solas. En Ecuador se resume la América profunda que habla pegando tiros. A un anciano que amenazaba con quitar de en medio a Biden lo acaba de liquidar el FBI porque no se entregó. Es el lenguaje del continente que lo ha visto todo en materia de violencia y corrupción. Una epidemia que tienta a Europa como si tal cosa. No es solo el desgobierno humano. Ahora, también es el desgobierno de la naturaleza. Un caos mayor. Y si es verdad que hemos ido demasiado lejos y este calor es el pronóstico además del síntoma, cabe esperar lo desconocido, como decía el experto. En Hawái, un incendio forestal pavoroso segó decenas de vidas y obligó a la muchedumbre a lanzarse al mar para huir de las llamas. ¿A qué estamos esperando para cobrar conciencia y actuar antes de que sea definitivamente tarde como en The Assessment, esa película que ruedan en Abades?