La carta de Feijóo a Sánchez instándole a reunirse cuanto antes para asegurarse la abstención del PSOE que le permita gobernar bajo el axioma de ser la lista más votada constituye una impertinencia que retrata a un candidato por momentos esperpéntico. Alguien debe hacerle saber que en su estado actual corre el riesgo de rayar en lo ridículo obstinándose en una investidura por decreto que solo cabe en su imaginación.
A estas alturas de la resaca electoral, España se recrea en sus fantasmas. Asiste a uno de los regresos del rey emérito, portando un anillo misterioso que preserva su salud. Los más jóvenes se percatan de que Puigdemont existe, no es un personaje con flequillo de cómic, un muñeco de alguna factoría como Barbie, del que se habla desde hace casi seis años tras su fuga histriónica a Waterloo. Ambos, Juan Carlos y el catalán de moda, son dos exiliados coetáneos de la otra España que precedió al sanchismo. La pregunta es si los dos volverán a casa a la vez para quedarse definitivamente cuando caiga el telón del 23J. Acaso esa sea la fórmula que compense a las dos Españas: los retornos simultáneos que convienen a la izquierda y a la derecha para tener la fiesta en paz.
Esas componendas obedecen a pulsiones de índole emotiva. Pero la investidura es harina de otro costal, donde solo cabe la lógica aritmética, de la que Canarias puede dar un máster de pactos de perdedores. En el resto de Europa ocurre exactamente lo mismo. La reclamación de Feijóo no tiene recorrido en el nuevo panorama político europeo, donde en Suecia, hace tan solo diez meses, ganó holgadamente el Partido Socialdemócrata de Magdalena Andersson, pero el bloque de derecha y ultraderecha sumó para gobernar, y dicho y hecho.
En España, la alternancia se ceñía antes al partido más votado por una sola razón, porque el bipartidismo impedía alianzas con otras fuerzas. Ahora, en un Congreso fragmentado son posibles coaliciones que antes eran impensables. En el PP pagan su soledad condicionada a Vox, como se queja Esperanza Aguirre, por excomulgar con obcecación a fuerzas vascas y catalanas conservadoras bajo el acicate centralista de dirigentes como Ayuso o Mañueco. Con Juan Moreno Bonilla otro gallo les cantaría. Feijóo se quitó la careta en los pactos del 28M con Abascal allá donde pudo, sin contemplaciones. Pretender que al mes siguiente, en las generales, el electorado desconociera ese extremo es pensar que el pueblo español es idiota.
Los palos de ciego del gallego desde que las urnas le bajaron del pedestal son sintomáticos. Algo se ha roto en la cúpula del PP. Y lo demuestran movimientos tan excéntricos como querer hablar (hoy sí, mañana tampoco) con Junts tras vituperar a Sánchez por hacer lo mismo. No es lo de la lista más votada lo que enciende las alarmas, sino lo de la lista de errores cometidos por el candidato del PP a gobernar este país. El hit parade de los votos va quedando en una anécdota. El de las meteduras de pata promete dar que hablar. Feijóo no respetó en Canarias y Extremadura al partido más votado, el PSOE. Ese y el abrazo a Vox son los dos yerros que se llevan la palma.
En pocos días hemos descubierto a un Feijóo paranormal en la era de los ovnis. Nadie da crédito. De querer “derogar el sanchismo” con todas sus leyes diabólicas a invocar al PSOE como un “partido de Estado”. En enero de 2016, Rajoy parecía más sensato: declinó someterse a la investidura, a petición del rey, por carecer de mayoría suficiente.
Como era presumible, Sánchez declinó la invitación de Feijóo por vía epistolar, tan demodé, y le emplazó a la ronda de portavoces tras la constitución de las Cortes. Alguien puede pensar mal: que Feijóo presiona al rey para en la investidura tentar a posibles tránsfugas socialistas, como en el tamayazo, hace justo 20 años