Ni los más viejos recuerdan que un incendio haya descendido nunca por la ladera que, a modo de muralla verde, preside el flanco villero del Valle de La Orotava. Las lenguas de fuego que de manera caótica y anárquica campaban el jueves y el viernes a sus anchas por la pared casi vertical de este imponente paraje natural carbonizaron sin ninguna conmiseración la vegetación que encontraban a su paso. Uno de los miedos atávicos de las gentes de La Orotava desgraciadamente se hizo realidad.
Todas las miradas de los habitantes del Valle están puestas en La Florida, Pino Alto, Pinolere, Mamio y Aguamansa, en esta gran esquina de pinos, monteverde y castaños. Caras y gestos de contrariedad, de pena y también de rabia. No es para menos. Un patrimonio verde que se ha teñido de negro. Esa querida y majestuosa parte de los altos de la Villa ha visto con la claridad de la luz del día los estragos de la noche anterior, ante la impotencia y la rabia de no poder hacer nada hasta que las llamas han tocado un terreno más accesible para que actuaran in situ los efectivos contraincendios desplazados a la zona. Y aún así el resultado es incierto e inquietante, si bien hay pequeñas trazas de moderado optimismo para intentar frenar el avance.
Vecinos de Pinolere y Aguamansa, guardianes tinerfeños de tradiciones agrícolas y etnográficas, que observan a distancia y con tristeza el devenir del incendio no dan crédito a lo que está pasando. Preocupación por sus casas y sus fincas, pero también por un paisaje del que se sienten orgullosos y que han podido preservar pese a que a veces han sido golpeados por algún que otro maldito fuego, aunque ni de lejos de la magnitud de este. “Nunca ha pasado una cosa semejante aquí. Yo no lo recuerdo, ni mis padres me contaron que haya ocurrido algo parecido”, enfatizaba un vecino toda la vida de El Velo, en Aguamansa, que había puesto a buen recaudo el jueves por la mañana sus dos caballos y que miraba con inquietud la evolución de las llamas.
En Pinolere, Nazario, de 74 años, natural de este barrio y residente en Las Galletas, en el Sur, no ha dudado en acercarse a su núcleo natal para apoyar a su hija, a la que han evacuado, y a sus amigos y vecinos. “Me duele lo que está pasando. Una pena tremenda. Nunca he visto esto. Nunca pensé que ocurriera algo así”, narra, con pena.
Nazario está orgulloso de Pinolere, de sus gentes y de sus parajes, y agradece el esfuerzo de los profesionales que trabajan a pie de llama para atajar está desgracia.
“Estamos en vilo. A ver si esto pasa de una vez por todas“. La que así se expresa es Leandra, de 55 años, que junto a su marido, Domingo, y al citado Nazario, entre otros muchos vecinos, permanece expectante en la plaza de Pinolere, justo al lado del recinto ferial donde se celebra cada septiembre la popular feria de artesanía.
Leandra y Domingo tienen su casa a escasos metros, pero no pueden estar allí porque está dentro del perímetro desalojado por los servicios de emergencia. Los dos no han querido ir al pabellón Quiquirá, uno de los recursos alojativos puestos a disposición por el Ayuntamiento, y se quedan a dormir en su propio negocio, el Estanco La Lucha, ubicado en la estación de guaguas. Aunque no han ido a pasar la noche en el Quiquirá, han donado alimentos para sus convecinos que se encuentran en el recinto. Solidaridad que no falte en estos momentos.
La madrugada del viernes, cuando el incendio mostraba en todo su esplendor la ferocidad de las llamas, el corazón se encogía al ver arder el entorno de Los Órganos, uno de los lugares más emblemáticos y bellos de este enclave, objeto de caminatas y de veneración de propios y extraños.
El avance se ralentiza, pero el fuego continúa sin control
Anoche se cumplieron las 72 horas del incendio declarado el martes (23.36 horas) en Arafo, que en su evolución ha afectado también a Candelaria, El Rosario, La Orotava, Santa Úrsula, La Victoria, La Matanza, El Sauzal y Tacoronte. Las llamas han arrasado ya un perímetro de en torno a 42 kilómetros y su superficie se acerca a las 4.000 hectáreas. El fuego sigue sin control, pero, con todas las salvedades y cautelas posibles, se puede afirmar que el incendio, con unas características completamente insólitas hasta ayer, ha normalizado su evolución, lo que a su vez ha permitido que las intensas labores de extinción estén resultando más efectivas.