Ya está en las librerías (Agapea, El Corte Inglés y en cualquiera otra, a petición) la segunda edición de mis Memorias ligeras. De la primera no queda ni un solo ejemplar. Es gratificante para un autor poner eso de segunda edición en la portada de un libro y espero que haya muchas más, para contento de la editorial que dirige mi amigo Antonio Salazar. Si tuviera que hacer yo la crítica de mí mismo -que Dios me libre- diría que las Memorias ligeras son entretenidas. Y ahora se puede comprar el tomo en librerías, que era el objetivo de esta segunda edición, porque la primera se despachó en un plis/plas. Hasta un amigo que reside en Bélgica me ha escrito una carta hablando de lo bien que lo pasó leyéndolas, supongo que asombrado de todo lo que he corrido en esta vida y de todo lo que he trajinado yendo de un lado para otro. No sé por qué me animé, en su día, a escribir este texto, que corregí personalmente para la segunda edición, pero -son los duendes de la imprenta, que no existen- lamentablemente salió con las mismas erratas que la primera (en realidad, cuatro o cinco o seis). Nadie se lo explica, pero con la escritura nacieron las erratas y este sí que es un sino inexorable. Podía haber contado mucho más, pero aparqué asuntos personales y me dediqué a repasar anécdotas, porque los asuntos personales no le interesan a nadie, excepto a todo el mundo. Miren cómo está la cosa con las redes, la inteligencia artificial y las maledicencias varias que azotan a este mundo tan tecnológico y tan mono. Yo les diría que compraran el libro porque, al menos, se van a reír un rato y la risa es buena para la vida.